Bruselas
Marruecos en las mezquitas
Las recurrentes proclamas del Gobierno marroquí reivindicando las ciudades españolas de Ceuta y Melilla no deberían inquietar a ningún español más de lo debido, aunque causen desazón y agríen unas relaciones a ambos lados del Estrecho que deberían ser más respetuosas para beneficio de todos. Ya desde los tiempos del abuelo del actual monarca alauita, las dos plazas españolas han sido utilizadas como señuelo nacionalista para ocultar las miserias internas del país, o bien como medida de presión para lograr otros objetivos más prosaicos que la sacrosanta y reciente unidad de la nación marroquí, como ventajas comerciales con la UE o el apoyo de Madrid a la anexión del Sahara. Cual sea el motivo verdadero que ha llevado al presidente marroquí a exigir al Gobierno español la negociación sobre Ceuta y Melilla es una incógnita, pero demuestra, en todo caso, que tras seis años de relaciones fluidas entre ambas partes afloran de nuevo disensiones y desencuentros. Puntos de fricción no faltan: por un lado, el «caso Haidar» ha enturbiado la cuestión saharaui, hasta el punto de que Rabat ha colocado de embajador en España a un dirigente del Frente Polisario que se cambió de bando hace poco tiempo; y, por otro, parece que no se están cumpliendo ciertas expectativas marroquíes en su relación con Bruselas y con sus vecinos magrebíes, a pesar de la reciente cumbre Marruecos-UE celebrada en Granada. A todo eso, se suma una información que hoy publica LA RAZÓN sobre las maniobras que el régimen alauí está realizando para controlar las mezquitas en las que reza el millón largo de creyentes musulmanes que hay en España. El objetivo del país vecino no se limita a fijar la línea religiosa y doctrinal, en dura pugna con corrientes más radicales financiadas por Teherán y Riad; también aspira a ejercer una cierta orientación política y a ganar adeptos al régimen en las salas de oración. Es esta segunda pretensión la que más inquietud suscita. Es deseable que el islamismo moderado sea mayoritario en nuestro país y que los radicales, cuantificados por la Policía española en un 4% del total de la población musulmana, no medren al calor de clérigos fanáticos en mezquitas radicalizadas. Pero tampoco es admisible que Rabat utilice los centros islámicos en nuestro país para fines políticos e incluso para jalear reivindicaciones territoriales. Además de avanzar en el respeto a los derechos humanos, entre ellos el de la libertad religiosa que se está pisoteando con la expulsión arbitraria de un centenar de cristianos, el régimen de Mohamed VI haría bien en conducirse con más mesura y respeto hacia su vecino del norte. No es compatible su aspiración a entrar en la UE con la irresponsable demagogia nacionalista; no se compadece la lucha contra el terrorismo islamista, en la que están juntos España y Marruecos, con la infiltración unilateral en las mezquitas y su manipulación política; no es tolerable, en suma, que los esfuerzos del Gobierno español para la modernización e integración europea de Marruecos reciban en contrapartida los ataques irresponsables a Ceuta y Melilla, dos ciudades que son españolas desde hace cientos de años.
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