Viena

Crónica negra: Kampusch vuelve a la vida

A Teresa la entrevistan en Viena. Acaba de publicar un libro, «3.096 días», que en nuestro país lo saca en estos días la editorial Aguilar.

Teresa Kampusch, cuando presentó el libro sobre su secuestro
Teresa Kampusch, cuando presentó el libro sobre su secuestrolarazon

Es la gran secuestrada de larga duración. En España tenemos a Maria Àngels, la farmacéutica de Olot, que estuvo mucho más tiempo retenida que Teresa, pero no son comparables. Ella tiene 22 años, los ojos verdes como aceitunas y el cabello de Fanny Pelopaja. Es bajita, regordeta, descontenta de su cuerpo y de su peso. Le gustan los dulces y en cuanto salió de su cautiverio se dio un homenaje. Engordó algo y estaba desconocida, pero ahora domina su ansiedad y es proporcionada, delicada y femenina.

Le preocupa que se acerquen a ella por el morbo. Le desagrada que le pregunten por su intimidad: «¿Priklopil te violaba?». «Pregunta personal. Esto no es público», contesta, dueña de sus respuestas. Cuando escapó del subterráneo se vio perseguida por los fotógrafos, los periodistas la buscaban. Hasta que decidió que sería ella la que contara su historia. Teresa se ha convertido en un enigma que no se explica en ninguna página de los 3.096 días.

Teresa concedió tres entrevistas, una a la tele austriaca ORF, al diario «Kronen Zeitung» y a la revista «News» y después de leerlas sabemos menos de la chica y su peripecia que antes. Ha envuelto de tal manera su experiencia, con un tratamiento tan sutil, que todo son dudas: «¿Te sientes maltratada?» «Pero no sexualmente maltratada». «Eso no es público». Pero, entonces, ¿qué se cuenta en «3.096 días»?

Bernd Eichinger, el director de «El hundimiento», ya prepara una película sobre Frau Kampusch, y nos extraña que en ella pueda guardar las partes escabrosas de su larga convivencia con el secuestrador. Priklopil, que le daba de comer, la bañaba, le contaba cuentos y le compraba compresas, era de quien dependía absolutamente. Primero podía obligarla a ayunar hasta que sintiera el salvaje mordisco del hambre, luego la podía condenar a la soledad, y por último podría abandonarla «sine die», allí abajo, enterrada viva.

Lentamente tuvo que adaptarse a él, hacer como que cedía, aceptar sus puntos de vista y dejarse llevar por su pigmalión. Una vez que decidió escapar supo presentarse en un plató de televisión, fría y razonable, como si lo hubiera hecho toda la vida. Dicen que estuvo dos años sin ver el sol, casi siempre atada y vigilada. A veces la llevaba a dormir a su cama con las manos atadas por bridas. Quien busque sexo con el secuestrador no lo encontrará. Ella se calla las humillaciones.

Hace cuatro años que escapó del ingeniero y albañil Priklopil, que se la llevó en una furgoneta camino de su colegio con sólo diez años. Es posible que alguno de los 14.000 desaparecidos inquietantes españoles pueda ser rescatado de un proceso similar cualquier día por sorpresa. Teresa Kampusch, que quiere que la llamen Señora Kampusch, Frau Kampusch, pasó ocho años en un agujero en el subterráneo, a merced del secuestrador, que pretendía construir una mujer a su medida partiendo del robo de una niña.

El ambiente en el que Teresa creció estaba saturado con cuatro cosas: el despertador, la radio, una tele, bombillas, la cama y la Barbie. Ella se recuerda hablando sola hasta que llegaba el delincuente. Era el único que rompía su soledad y le daba carrete: hay que dejar bien claro que un secuestrador, merece tanta condena como un homicida, pues el daño que hacen se parece mucho. Y dicho esto, que la pobre niña secuestrada le agradece que no la mate.


El secuestrador se suicidó
Su fortaleza le permitió vencer las turbias fantasías de Priklopil que, lejos de ser un tigre de bengala, resultó ser un gatito de angora. Una vez que la víctima se escapó, se tiró al tren de cercanías. Teresa tuvo valor para perdonar a su secuestrador porque si no, dice, no habría sobrevivido.

Yo pienso que tiene razón: por primera vez la víctima está dispuesta a dar una gran lección a los medios sobre cómo se dosifica una historia, en cuantas escenas, y hacerlo como un profesional. La voracidad de la opinión pública ha sido domesticada, su crueldad medida y el interés permanece vivo al no desentrañarse el último misterio: ¿Actuó solo el secuestrador? ¿Trabajaba para una red de pederastia? ¿Hay implicaciones políticas? Frau Kampusch da su versión de su lucha y de su anhelo de libertad. El mundo en el que se desenvuelve es el de la gente con dos móviles hablando a la vez. «Ahora sabréis por qué no pude huir antes y por qué no culpo a mi secuestrador», parece decir Teresa con los dos periodistas, Gronemeier y Milborn, con los que ha escrito el libro de su vida procurando que se le entienda.