Premios Princesa de Asturias
Vetusta
A hora que los asturianos tenemos príncipes de verdad, y no sólo en los cuentos de hadas, celebramos una fiesta cada octubre que nos cumple los sueños de los niños y de los que ya lo somos sólo con la memoria. Mi último sueño con los ojos abiertos, como todos aquellos que deseo ver de cerca en la realidad, me lleva al teatro Campoamor de la vieja Vetusta, aquella en la que Ana Ozores desearía pasear del brazo del Magistral bajo el orbayu fino de la ciudad imaginada. Oviedo, la brillante Oviedo de Woody Allen, la Ovetus mágica de la Cámara Santa, de las Cruces de la Victoria y de los Ángeles, del claustro soleado del atardecer, la del olivo milenario, espera con ansias reconducidas por su natural elegancia la llegada de ese viernes otoñal en el que el Hotel de la Reconquista, reliquia de hospital, convento y hospicio, se viste en la humedad de las gaitas para recibir a sus más ilustres próceres. Veo las rojas sillas del Campoamor, la alfombra frente a la Escandalera, el aire fresco me llega desde el Bombé y los bancos amorosos del Campo de San Francisco. Adivino la figura de Doña Sofía en su palco y a los Príncipes en la mesa rectangular, rodeada por azules de tapiz y tradición. Sueño que se acerca un joven sin barba, con el brazalete de capitán cosido al alma y la sonrisa de España en el corazón. Sólo necesita alargar sus alargados brazos para recibir el fútbol coronado. Mientras, los ojos principescos brillan como la estrella de una Copa del Mundo a la sombra de Clarín. No me despertéis, os lo suplico.
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