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Un Manjón por Alfonso Ussía
El «Hannover» forma parte ya del lenguaje de la calle. Hacer un «Hannover» no es otra cosa que saltarse la ceremonia religiosa de una boda y presentarse en la comida o la cena. Así lo hizo el que fuera marido de Carolina de Mónaco en la boda de los Príncipes de Asturias. Dignísima su entrada en el Palacio Real con todos los invitados en plena degustación del primer plato. Hannover fue una víctima más de las noches de nuestro Madrid mayero e impetuoso. De acuerdo con las últimas estadísticas, elaboradas a espaldas del CIS, en las bodas de la llamada clase media-alta, más del 45% de los invitados hacen un «Hannover», lo que da a entender la honda sabiduría social de su creador. Y su osadía. Hacerle un «Hannover» a una pareja del montón carece de mérito. Lo meritorio es hacérselo a los Príncipes en el Palacio Real y con los Reyes de anfitriones.
En pasados pero recientes decenios, hacer un «Gunilla» era mucho más agotador. Un «Gunilla» no estaba al alcance de muchas resistencias físicas. Consistía en acudir una noche a todas las fiestas benéficas coincidentes de Marbella. Se recuerda la frase inmortal de una mujer que estuvo a punto de conseguirlo. «La del Cáncer fue la más animada, pero en la del "Hambre en Etiopía"es en la que mejor se cenó».
El vizconde de Gudamendi ha sido, sin duda alguna, el más eficaz y rápido seductor, Ebro arriba, de España. Casó en San Sebastián y pasó con su bellísima esposa la primera noche en el Hotel «Du Palais» de Biarritz, en el Palacio de Eugenia de Montijo. Ella, dama de acrisoladas virtudes –como dirían los «Ecos de Sociedad» de la época–, muy de mañana abandonó la habitación conyugal para ir a Misa. Y Gudamendi sedujo a la camarera que le llevó el desayuno. Ella volvió antes de lo previsto y experimentó su primera gran decepción. Hasta la fecha, el único hombre que ha hecho un «Gudamendi» ha sido Gudamendi. El resto que lo ha intentado, o fue expulsado del hotel, o llevado ante las autoridades o enviado a freír mil pares de puñetas por su reciente esposa.
Gudamendi era un genio, y de vivir hoy, despreciaría profundamente a Strauss-Khan, porque su capacidad de seducción se sostenía en la palabra y nunca en el dinero ni en la violencia.
Hacer un «Hannover» es fácil. Un «Gunilla», muy complicado, y un «Gudamendi», hoy en día, resulta excesivamente arriesgado. Pero lo más sencillo es hacer un «Manjón». Un «Manjón» es sencillamente un plantón sin excusa preparada. Pilar Manjon aceptó acudir a la sede del Partido Popular para limar viejas asperezas, y mandó a tres de los suyos en su representación «porque tenía que hacer otras cosas». No está bien educada Pilar Manjón, y espero que este juicio de valor no incendie los ánimos de sus muy susceptibles partidarios. «No ha venido porque tenía otras cosas», después de haber aceptado la invitación, no es excusa pasable. De haber encargado a sus cónsules otro tipo de justificación, no habría cometido tamaña grosería al Partido Popular. Por ejemplo: «Ayer le sentó fatal la cena y ha pasado una noche horrible». No se aportan datos de la noche, pero se sobreentiende el padecimiento. Ir por la vida quedando con la gente y no acudiendo a la cita por «tener que hacer otras cosas» equivale a despreciar groseramente a quien le espera. Simpática y educada no es, precisamente.
Y finalizo, raudo y veloz, porque he quedado a comer con un amigo y no tengo la menor intención de hacerle un «Manjón», entre otros motivos, porque paga él.
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