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El compromiso

La Razón
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Quizá el materialismo, la falta de valores humanos o el «qué más da, si esto es un cambalache», nos ha llevado a una sociedad descomprometida. El compromiso no es sólo una obligación contraída o una palabra dada, es un sentimiento de amor propio y responsabilidad con los otros. Y nos falla, nos falla estrepitosamente empezando por nosotros mismos. ¿Cuánta gente se cuida realmente en mente y cuerpo? Vivimos comenzando cambios que nunca se rematan, propósitos varios que tiramos por la borda en el primer minuto de debilidad. El amor propio se va convirtiendo en egocentrismo: yo, mí, me, conmigo. Y esto no nos llena, porque falla la intención de ser mejores para algo, de hacer un camino en el que la experiencia tenga un sentido.

Y si no somos capaces de comprometernos con nosotros mismos, de acabar lo que empezamos, de crecer, cómo lo vamos a ser con los otros. Me apena, me desespera, ver a la gente joven, y no tan joven, con la voluntad de chicle. Es como si tuvieran estropeado el motorcito de la vida. ¿Y eso para qué sirve? Parecen preguntarse cuando están delante de cualquier maravilla no material. Lloran, lloran con una facilidad pasmosa, sin dar ningún valor a las lágrimas. Olvidan, o quizá les hemos hecho olvidar, que la fortaleza del alma es algo muy importante en un ser humano. Tampoco saben muchos jóvenes que cuanto más se profundiza más alto se sube. Doy clases y trabajo en el teatro con gente joven y veo lo poco que han probado las mieles del compromiso. Y lo siento, porque sé que los que buscan tesoros en la superficie no llegarán a nada. Porque sin compromiso no hay emoción, ni arte.