Pamplona

Pamplona silenciosa y seria

- Pamplona. Séptima de la Feria de San Fermín, se lidiaron toros de Miura, en general iban y venían, pero tampoco con malas ideas. Media entrada.- Juan José Padilla, de tabaco y oro, estocada (oreja); dos pinchazos, estocada, aviso (silencio).- Rafaelillo, de grana y oro, pinchazo, estocada, aviso, descabello (saludo); aviso, bajonazo, cinco descabellos, dos avisos (silencio).- Javier Valverde, de grosella y oro, dos pinchazos, media, dos descabellos (silencio); media estocada, descabello (silencio).

Pamplona silenciosa y seria
Pamplona silenciosa y serialarazon

Parecía otra. Otra plaza. Otro coso. Otra Misericordia. Las peñas abandonaron su feudo por primera vez a modo de protesta y Pamplona estaba a medio llenar, medio vacía, en calma y silenciosa. No hubo «chica yeyé», ni «sigo siendo el rey». Ayer eran aficionados, a secas, los únicos que asistieron a la plaza. Y había que serlo de veras para posponer una cita tan importante como la de nuestro Mundial de Suráfrica. Nunca antes, nunca jamás nos habíamos visto en otra así, a punto de disputar la final de un Mundial de fútbol. Los mejores del mundo de esta disciplina. Y España envenenada de pasión. Hasta que llegara el momento de la verdad seis miuras tenían que pisar el ruedo. El primero lo hizo sin humillar nunca, jamás, ni equivocándose, pero tampoco tuvo aparente maldad. Iba y venía el toro y en eso estaba Padilla cuando se le fue directo al pecho y lo prendió de manera bestial. Muy impresionante. Se quedó afectado y se lo llevaron a la enfermería. Segundos después la abandonó y él mismo se encargó de poner fin a la historia. El trofeo no lo paseó. Regresó a que le revisaran el cuerpo maltrecho. Desrazado y con la cara por las nubes acudió el cuarto, guasón por el zurdo. Clavó las banderillas en la cara y la faena de muleta era más de aliño que otra cosa, lucirse de verdad así, era complicadísimo: qué manera de embestir más desgarbada. Rafaelillo se topó con un segundo que se dejó hacer sin ponerle en demasiados apuros y anduvo solvente y con recursos. El quinto gazapeaba y reponía pero sin querer comerse a nadie. La faena, basada por el pitón zurdo, le quedó aseada, no más. Tenía cositas el toro por ese lado, y por el derecho desarrolló peligro. Le costó verle el descabello: no era sencillo. Menos coba se dio Javier Valverde con el tercero, que se acostaba más y tardó lo justo en pasaportarlo. Muchos habían abandonado ya cuando saltó el sexto. Normal. Nos lo jugábamos todo en Suráfrica. Lo intentó con el difícil sexto en su despedida de Pamplona. Nunca antes vivimos tarde tan tranquila. Se hizo raro. Si hasta escuchamos «Nerva», un clásico.