Estados Unidos

Madres chinas

La Razón
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En el mundo que está surgiendo de la crisis, las madres chinas están de moda y la visita de Hu Jintao a Estados Unidos ha añadido picante al psicodrama provocado por un libro en la que una profesora de origen chino cuenta la manera de educar que tienen las madres de aquel país. La estrategia es sencilla: NO. No hay salidas nocturnas, no hay citas, no hay redes sociales, no hay televisión, ni juegos con el ordenador ni con la «play». Y NO se aceptan notas inferiores a 10. Además, hay que aprender a tocar el violín o el piano. (Descartado, cualquier otro instrumento). El libro se ha convertido en un best-seller y ha vuelto a suscitar la ansiedad que China ha provocado siempre en nuestros países. Esta vez, además, en el punto más sensible. Las madres y los padres occidentales andan echando cuentas de la relajación con la que ellos mismos y la escuela han educado –por así decirlo– a sus hijos: el día de la paz, el de la solidaridad, el de los derechos, el del reciclaje, sin contar con las vacaciones, la «play» a cualquier hora… y sobre todo, ¡no hacer nunca que los niños se sientan inferiores! Enfrente, están los competidores con los que tendrán que vérselas dentro de muy poco tiempo nuestros jóvenes. Hay quien trata de atenuar el golpe y argumenta que China sigue siendo un gigante con pies de barro. Las desigualdades, la falta de transparencia y la escasa libertad lastrarán siempre su economía… Está bien, pero los jóvenes occidentales no se enfrentan a China, así en abstracto, sino a decenas de millones de otros jóvenes que han sido educados para confiar sólo en su voluntad, en su trabajo, en su propio esfuerzo, en su capacidad para superar los obstáculos, y no en el Estado protector, ni en la Sociedad del Bienestar. Las madres chinas no hacen política. Más bien prescinden de ella. Y no parece que quieran ver a sus hijos convertidos en los nuevos proletarios del mundo globalizado. A ver cómo sale de ésta la nueva generación de jóvenes occidentales, ese exquisito producto final de nuestra decadencia.