Sevilla

Ejemplaridad por Gonzalo ALONSO

La Razón
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Esta misma semana el ministro Wert ha dado a conocer las líneas generales que emprenderá en el departamento de Cultura. Tiempo habrá para analizarlas, pero ante todo su labor debe estar presidida por la prudencia, el sentido común –que no ya la inteligencia– y la ejemplaridad. Quienes nos dedicamos a la cultura tenemos muy claro que los políticos del PP casi siempre meten la pata cuando llegan a un Gobierno. El desconocimiento, los complejos y el uso que de ambos efectúan las amistades peligrosas de las que inconscientemente se rodean son la causa de los graves problemas en los que se zambullen y de los que luego les cuesta mucho salir, si es que llegan a hacerlo.
Hay en el país unas poquísimas instituciones culturales punteras, faro y espejo en el que se miran todas las demás. El Museo del Prado, el Teatro Real y el Instituto Cervantes son algunas de ellas. Precisamente por su carácter emblemático precisan de un cuidado extremo y exquisito en su gestión, siendo definitivos los primeros pasos. La presión de los mercados afortunadamente no obliga a tomar medidas precipitadas en cultura, aunque la enfermedad de las prisas parece ser contagiosa. Piano, piano si va lontano. Claro que tampoco es cuestión de que les suceda como a un anterior director general del Inaem, que me reconocía que había tardado tres años en enterarse de la casa.
Nuestros teatros líricos están en derribo o muy tocados. Basta ver el mítico Liceo, con siete espectáculos cancelados y 60 días de cierre. Murcia murió al igual que el Festival de Zarzuela de Tenerife, Sevilla y Valencia apenas respiran... Pero todos ellos en su desgracia miran a un mismo sitio: el teatro de referencia por excelencia. De ello tiene que ser plenamente consciente el ministro Wert, porque los agravios comparativos son muy peligrosos.
El Prado es la punta de lanza de nuestra cultura y espejo para todos los demás museos. Espero que el Ministerio no permita que, en plena crisis, a Miguel Zugaza y Plácido Arango se les pueda ocurrir guardar en los sótanos las tablas de la mitad de sus salas para en su lugar exhibir exposiciones temporales onerosas por muy admirables que éstas puedan ser y que su financiación corra a cuenta de reducciones en el sueldo de su personal.