Cataluña

Talibanes en la generalitat (I) por José Clemente

La Razón
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A lo largo de la crisis abierta por el actual gobierno de Cataluña desde la celebración de la Diada el pasado 11 de septiembre son varias las ocasiones en las que he advertido del peligro de mezclar política con crisis económica, porque en este país nuestro esa combinación siempre ha resultado letal para todos los intervinientes en el experimento, tanto para los que buscaban una cosa determinada, como para los que deseaban la contraria. Nuestra historia reciente está plagada de casos similares al que explico, incluso, hasta con los mismos actores, como ya sucedió en la década de los veinte, cuando con una España en crisis y una Europa destrozada por la I Gran Guerra y las revoluciones bolcheviques, los nacionalistas agrupados en torno a Estat Català, de Francesc Macià, declaraban una efímera independencia de Cataluña para lograr mejoras económicas de todo tipo, mejoras que, en cuanto le fueron concedidas, llevaron a una rápida disolución de la recién nacida patria catalana. Por eso digo que la mezcolanza de sentimientos con pelas no conduce a ninguna parte, sino que más bien resulta mortal de necesidad. Y eso es lo que está ocurriendo en estos momentos. Por eso se deben interpretar bien y, sobre todo contextualizar mejor, las declaraciones de Aznar esta misma semana cuando afirmaba que la segregación de Cataluña de España sería mala para España, pero también para la propia Cataluña. Y ya empezamos a ver los primeros síntomas de que eso pueda ocurrir antes o después, independientemente de que el órdago a la mayor lanzado por Mas para estos tiempos presentes puedan tener también un recorrido futuro. No perdamos de vista en este sentido las declaraciones de Josep Antoni Duran i Lleida y del consejero de Economía, Francesc Homs, cuando coinciden en señalar que (la independencia) tal vez no sea ahora el objetivo prioritario para los catalanes, sino el lograr mejoras económicas que les permitan salir airosos de la crisis. ¿Cómo entender, sino, que Mas pusiera su cargo sobre la mesa de no ser por los sondeos que auguraban un descalabro de CiU a consecuencia de la crisis? Y, ahora que ya le dado la vuelta y se asegura un nuevo mandato ¿mantendrá ese espíritu separatista una vez sea investido presidente de la Generalitat para otros cuatro años o recuperará de nuevo el «seny»? ¿Alguien se explica el por qué Mas iba a limitar su mandato a sólo dos años, cuando llevaba casi nueve esperando ser presidente de la Generalitat? Que Mas ama a Cataluña nadie lo duda, que la quiere mal, muchos lo piensan, y que la puede llevar al desastre, también bastantes lo sospechan a estas alturas. Entonces, ¿por qué se ha llegado a este extremo? Las claves debemos buscarlas sin duda en aquello que, a mediados de los noventa, se conoció como «pospujolismo». Eran muchos dentro y fuera de CiU los que pensaban que el veterano presidente, Jordi Pujol, debía ceder el paso a otras generaciones con una sucesión que no se advertía nada fácil, especialmente por el carisma del personaje y porque hasta el año 2000 tenía la presidencia asegurada, liderazgo que aún se prologó otros tres años más hasta completar sus 23 años ininterrumpidos de gobierno. Pero las bases en su partido comenzaron a moverse mucho antes. Ya en las municipales del 1991 Miquel Roca, por entonces virtual número dos de CDC, se impuso a Pujol en la confección de las listas para los municipios, pero lo que muchos interpretaron como «el relevo seguro» se quedó solo en «continuidad tranquila», pues cuatro años más tarde CDC renovaba a sus históricos por unas generaciones más combativas y dispuestas. Roca se fue a casa, y la «U» de CiU, es decir, Duran Lleida, vio despejado el camino para postularse como sucesor y asaltar el preciado cargo.

Pero los jóvenes cachorros de CDC, conocidos como «los talibanes» por su ardor nacionalista y su declarado proindependentismo (Artur Mas, Oriol Pujol, Felix Puig, Francesc Homs, Joan Martí, Xavier Trías, entre muchos otros) se alzaron con el poder de la mano de Mas y el hijo de Pujol, el primero al ser nombrado conseller en cap (consejero jefe) y, el segundo, por sus andanzas políticas y por ser el único de los siete hijos de Jordi Pujol que se dedicaba a la cosa pública. Por eso el nombramiento de Mas supuso la mayor crisis jamás vivida por la coalición nacionalista, hasta el punto de hacer peligrar la continuidad de la misma. Pero los talibanes se acercaban al poder con Pujol todavía al frente de la nave, y quien sabe hoy si de verdad llegó a abandonarla en algún momento.