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El último viaje de Julio Verne
«El ácrata de la magallania »Julio Verne Erasmus ediciones216 páginas.19 euros.
El «Les naufragés du "Jonathan"», «En Magallanie» y «El ácrata de la Magallania» son tres títulos para una misma obra y un enredo libresco que, ahora con su versión castellana, ha durado más de un siglo. El primer título es una de las doce novelas que dejó Verne al morir y que su hijo Michel publicó cuatro años más tarde, en 1909, en connivencia con el editor de siempre de su padre, Jules Hetzel, con todo tipo de correcciones; el segundo es el nombre original que le había puesto el autor –al parecer, la escribió hacia 1896 o 97– y que pudo ver la luz cuando se descubrió el manuscrito y el vicepresidente de la longeva Société Jules Verne pudo publicarlo en 1987; y el tercero es el título elegido por la editorial Erasmus –especializada en clásicos universales de los siglos XIX y XX– a la hora de ofrecer, por vez primera en castellano y en traducción del propio director de la colección, Carlos Ezquerra, este texto inédito que tantas diferencias presenta con «Los náufragos del "Jonathan"». Herbert Lottman, en su biografía del autor (Anagrama, 1998), explica cómo el hallazgo póstumo de diversos manuscritos «bastó para que naciese lo que podríamos llamar la segunda factoría Julio Verne, que hizo que Michel pusiera manos a la obra y se dedicase a corregir y retocar».
Un hombre invisible
De tal manera que el rendimiento económico que suponía Jules Verne, y que partía del compromiso de entregar dos novelas al año, se mantuvo tras la desaparición del escritor de Nantes, pues el hijo y el editor presentaron «novelas vueltas a escribir por completo, bien a partir de notas que había dejado el maestro, bien redactadas en parte –¿o en todo?– por Michel Verne».
En efecto, hace algún tiempo tuvimos la oportunidad de conocer un caso semejante: reaparecida en 1996, «Le secret de Wilhelm Storitz» gozó de una edición castellana (Plaza & Janés, 2001) en la que se puso de manifiesto cómo esta historia sobre un hombre invisible escrita en plena decadencia física –en 1905, Verne estaba gravemente enfermo– había sido manipulada por Michel y Hetzel, que querían siempre finales felices y no estaban dispuestos a que el héroe y la heroína de turno no acabaran juntos. Incluso se permitían el lujo de cambiar el trasfondo histórico y las alusiones religiosas o políticas. Y «El ácrata de la Magallania» también tiene algo de eso.
El protagonismo de un hijo
Durante la redacción, Verne estudió un par de libros de viajes a la Patagonia y el cabo de Hornos para las descripciones de esas tierras. El texto escrito por Verne estaba compuesto por dieciséis capítulos, mientras que Michel se encargó de eliminar cinco de ellos y añadir nada menos que veinte. Colocó personajes nuevos entre las peripecias del protagonista, el aventurero Kaw-Djer que ocupaba su tiempo entre los indígenas en la Tierra del Fuego, y modificó las referencias ideológicas que Verne había insertado en la novela y que tenían que ver con sus lecturas de Saint Simon, Fourier y Proudhon, sobre socialismo utópico. De ahí que el título castellano aluda al «ácrata», a la anarquía que al parecer no le gustaba a Michel; como tampoco las alusiones al catolicismo, pues desaparecerían del final de la novela dos sacerdotes que se relacionaban con el misántropo personaje.
La ulterior fe en Dios de Kaw-Djer –«Esta expresión, que significa "amigo"o "bienhechor"en lengua indígena, se refería evidentemente al hombre blanco», se lee al comienzo–, esta transformación espiritual quedó fuera de la versión de Michel, que no tuvo reparo en lucrarse a costa de su progenitor muerto destrozando unas obras escritas en circunstancias desgraciadas: diabetes, úlceras, desmayos, parálisis faciales, pérdida de vista y oído, y la larga desdicha de un matrimonio sin amor. Eso no impidió a Verne entregarse sin descanso a la literatura, a la vez que se atrevía –en un artículo de 1902 – a prever el fin de la novela al cabo de cincuenta o cien años, porque ya nadie iba a necesitar su lectura frente a la dosis de realidad de los periódicos. Vaticinio sensato pero por fortuna erróneo; al revés que el célebre lema en el que basó su literatura: «Todo lo que una persona pueda imaginar, otros podrán hacerlo realidad».
El detalle
UNA PAREJA MUY RENTABLE
De no ser por Pierre-Jules Hetzel, un editor de libros religiosos y aficionado a la ciencia y la historia, el estudiante de derecho y dramaturgo Julio Verne jamás hubiese llegado a ser el fundador de la ciencia-ficción. En 1862, tras fracasar en los escenarios de París, a los 34 años, Verne siente que trabaja en un «género nuevo», inspirándose en lecturas de revistas científicas. Visita a Hetzel, interesado en crear una colección ilustrada de carácter divulgativo. El escritor le enseña su manuscrito de «Cinco semanas en globo» y el editor le aconseja ciertos cambios. La obra se publica y su resultado económico prometedor. Hetzel presagia el éxito y tienta a Verne: veinte mil francos durante dos décadas a cambio de dos novelas al año.
Literatura en globo
Julio Cortázar le homenajeó en «La vuelta al día en ochenta mundos» (en la imagen, portada original de Verne). Fernando Savater, en «La infancia recuperada», habló de «que su obra admirable no sólo pretende lograr el efímero triunfo de la perplejidad, sino también las magias más perdurables y hondas de la profecía». Son ejemplos sobre un hombre al que los críticos han despreciado pero que es querido por otros autores. Como Stevenson que ya advertía que los héroes vernianos se adelantaban a la ciencia de su época con un lenguaje que convencía a los profanos: «Estas narraciones no son verídicas, pero no acaban de encajar bajo el rótulo de imposibles». Y añadía: «Sospecho que su base científica es endeble; no por ello pongo por un momento en tela de juicio la excelencia de las narraciones».
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