Lacayos y peleles por Alfonso Merlos

Puede ser jurídicamente innecesario y estéticamente patético aguardar la prueba del nueve. Por una sencilla razón: el material acumulado contra los testaferros de ETA es abrumador, aplastante, total. Otra cosa es que haya voluntad política, firmeza institucional y claridad moral para proceder contra los enemigos de la democracia. Pero están de forma acreditada y justa identificados, señalados y destapados en su mendacidad y su vileza. No estamos ante políticos merecedores de tal nombre, ante representantes ordinarios de una voluntad popular limpia y respetable. El retrato que toma cuerpo es el de unos lacayos de tomo y lomo. Su actitud es servil, baja, rastrera. Se comportan como lo que siempre han sido: simples criados de sus amos, los pistoleros de la banda, escondidos todavía como una partida de cobardes que no tienen lo que hay que tener para entregarse y arrepentirse de sus sucios y masivos crímenes. Incluso más allá de su complicidad con una trama asesina que lleva operando medio siglo, los camaradas de Bildu se presentan cada día con más fuerza cómica como peleles. No pasan de ser unos monigotes de paja o muñecos de trapo que se dejan manejar por sus matones jefes, que se limitan a reproducir los movimientos, a impulsar las estrategias o vomitar las declaraciones que los de la capucha dictan desde la clandestinidad. No parezcamos nuevos, porque perderemos. De estos delegados de la organización terrorista se puede ya predicar lo que el Supremo subrayó en su día de Batasuna: hay que ilegalizarlos y disolverlos como una medida necesaria para la protección del Estado de Derecho y la salvaguarda de los derechos y libertades de los demás. Y sobre todo y por encima de todo, urjamos a los tribunales a que apliquen la técnica del levantamiento del velo. EH-Bildu no es sino una pantalla, una fachada, una ficción legal en cuyos entresijos vuelve a aparecer el veneno de una serpiente que, lejos de dormir, destila hoy su veneno hacia el interior de las instituciones públicas.