Crítica de libros
Coyote con flores
Un hombre puede encontrarse con que por culpa de estar extenuado ni siquiera sea capaz de descansar, igual que a mí al final de varios días sin ir a la cama el sueño me producía insomnio, del mismo modo que, por la falta reiterada de algo que llevarse a la boca, puede ocurrir que a los miserables se les quite el apetito el hambre. Pero antes de que eso ocurra, nos damos cuenta de lo que se nos viene encima y estamos a tiempo de actuar. Vivimos un tiempo incierto y convulso, lleno de ambigüedades e injusticias, en el que todo va tan rápido, y tan mal, que en algunos focos de hambruna el pan llega mordido al horno. Lo terrible, lo triste, sería que, por rendirnos frente a las inclemencias, renunciásemos a los instintos sin presentar batalla. Sería terrible que la tenacidad del desaliento no sólo nos acobardase, sino que nos dejase incluso sin capacidad para la furia. Miremos a nuestro alrededor y preguntémonos quiénes de todos esos son los culpables de lo que nos ocurre. Con tranquilidad, pero sin resignación, porque un hombre que se entrega a la resignación no hace otra cosa que dar un paso para admitir que es un hombre vencido. El mundo ya no es el vergel que un día creyeron nuestros antepasados que sería, ni un sitio seguro y amable en el que, camino de devorar a sus víctimas, hasta los coyotes se detenían un instante a oler las flores. En algunos lugares el pan se vende en las joyerías y ya hay sitios en el mundo en los que por culpa del hambre ya ni siquiera ladran los perros, echados como una estera de huesos al lado del cadáver de su amo. Vivimos en un desierto moral, en un paraíso malogrado en el que los pájaros mueren en el aire, ateridos de estupor y atentos por si se nos cae el cielo encima. ¿Dónde está el límite? ¿En qué momento surgirá en alguna parte el estallido con el que se resientan las estructuras infernales y caducas sobre las que hemos organizado una sociedad gobernada por la voracidad de los contables? ¿Caeremos por fin en la cuenta de que a veces correr hacia la meta es la consecuencia natural de huir despavoridos del lugar en el que tomamos la salida? Algo ha empezado a moverse. Y aunque todavía hay quien sostiene que el movimiento de «indignados» se trata sólo de una anécdota para animar los telediarios, conviene no olvidar que las tormentas que a veces arrasaron las cuencas de los ríos empiezan siempre por una simple gota de agua a la que no le hicimos caso.
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