Israel
Cincuenta años es nada
En 1960, es decir, hace poco más del medio siglo, se fundó la OPEP, un cártel constituido por las naciones productoras de petróleo con la finalidad de enfrentarse con las compañías occidentales que comercializaban el crudo y que deseaban – misterios del capitalismo– que su precio fuera bajo. En su aplastante mayoría, los miembros de la OPEP eran naciones islámicas que se jactaron –han seguido haciéndolo durante décadas– de que semejante organismo iba a realizar verdaderos milagros. Poseedoras de un mineral más valioso que el oro y, desde luego, más imprescindible que él y convencidas además de las bendiciones que derivan de obedecer el Corán, llenaron el Tercer Mundo de panfletos y proclamas donde aseguraban que ahora, por fin, de una vez, Occidente se iba a enterar de lo que valía un barril mientras las naciones pobres comenzaban a transitar el camino del progreso que les había sido negado. La realidad fue muy distinta. La creación de un monopolio petrolero causó una grave crisis económica en Occidente a inicios de los años setenta cuando las naciones árabes decidieron cerrar el grifo del crudo para asfixiarnos y así aislar a Israel. Sin embargo, Occidente, a costa de muchos sacrificios, se recuperó mientras que las naciones tercermundistas a las que, supuestamente, iba a ayudar la OPEP se vieron hundidas en una deuda agobiante cuyos efectos aciagos se mantienen hasta el día de hoy. Los progres podrán seguir culpando a Wall Street o a la NATO, pero la verdad es que pocas instancias han perjudicado más a las naciones del Tercer Mundo que los jeques del petrodólar. ¿Salieron, al menos, las naciones del petróleo y el Corán de la miseria? Bueno, en La Meca se realizaron algunas obras en lugares por los que pisó Mahoma, en buena medida, para evitar la pérdida de algunos sitios arqueológicos como había sucedido muy poco antes en Medina. También se sobornó con fruición a políticos y periodistas occidentales para que fueran sembrando las semillas de lo que luego fue la Alianza de Civilizaciones. Ni que decir tiene que en no pocos sitios se pudo ver el espectáculo, digno de las Mil y una noches, de los magnates que llegaban con el harén para alegría de la industria hotelera local. Incluso se enviaron misioneros musulmanes a Occidente y, más tarde, se procedió a utilizar petrodólares para reclutar terroristas o incluso para llevar a cabo atentados en los que perdieron la vida docenas de personas. Sobre todos esos temas se podrían redactar abultadas tesis doctorales. Más allá de eso, la tónica de las naciones islámicas ha sido la de perpetuar dictaduras con su carga inevitable de corrupción, de injusticia y de miseria. Al final, en contra de lo que afirman algunas personas, los factores materiales son importantes, pero hay otros como la cultura, la religión o la psicología de las naciones que pesan mucho más. Por eso no soy optimista sobre su futuro cuando contemplo a las turbas asaltando el Museo Egipcio de El Cairo o inclinándose a orar en medio de una concentración. Después de tantos años, una reciente encuesta señala que menos de un sesenta por ciento de los egipcios es partidario de la democracia, pero los que ansían más Islam en el Estado superan el noventa por ciento. Al menos, dentro de cincuenta años no estaremos aquí para ver los resultados.
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