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Imagen de España por Cástor Díaz Barrado
La reciente comparecencia del ministro García-Margallo ante la Comisión de Asuntos Exteriores ha puesto de relieve, con toda nitidez, que tanto el Gobierno como la Oposición están en las mejores de las actitudes para consensuar y acordar posiciones comunes en política exterior. Han quedado marcadas las líneas básicas de actuación del Estado e, incluso, se han detallado las prioridades, con una explicación, por parte del ministro, muy desgranada y concreta de los objetivos y las dificultades. La percepción general de esa comparencia es que se han producido notables acercamientos entre los partidos y se ha apreciado, por si fuera poco, una buena dosis de generosidad en la interpretación de nuestro pasado más reciente, particularmente en aquellos asuntos que producían, no hace tanto tiempo, mayores discrepancias. España necesita acuerdos firmes y amplios en su proyección externa y, en estos momentos de dificultad económica, disponer de una política exterior en que la se haga visible la unidad y la eficiencia es una exigencia muy especial. Nuestro servicio exterior precisa de mejoras y de una profunda renovación tanto en los contenidos como en sus manifestaciones, pero, también en las relaciones con los ciudadanos. Lo primero que hay que conseguir es que los españoles tengamos la mejor opinión y valoración posibles de nuestro servicio diplomático y que nos sintamos identificados con él. Se logrará avanzar, y mucho, en la positiva visión que tengan otros estados y ciudadanos extranjeros. El proceso de reforma, que debe ser paulatino, no debe interrumpirse y debe mirar a los beneficios que para nuestro país aporta una diplomacia sólida y flexible, anclada en valores que refuercen la imagen de España. Los esfuerzos para lograrlo no sólo deben realizarlos los poderes centrales del Estado sino, también, las comunidades autónomas para articular, en el fondo, una acción exterior única y eficaz. La coordinación es un componente imprescindible para ello. La «buena» imagen, que se sustente en principios bien asentados y en posiciones de diálogo, no es una mera cuestión estética sino que tiene una gran rentabilidad tanto en términos políticos como económicos. Corresponde fortalecer la posición de España en Europa y América, allí donde la presencia española es muy significativa, y, por ello, cuidar con esmero la visión que se tiene de nuestro país, sobre todo en el espacio iberoamericano, para que, determinadas actitudes, no conduzcan al rechazo y a la pérdida de oportunidades. Nos jugamos mucho con la imagen que aporte España para sus propios ciudadanos y en la escena internacional porque, en política exterior, resulta muy difícil combinar una acción coherente y decidida con los múltiples intereses que van apareciendo en cada uno de los escenarios. En política exterior no tiene cabida la debilidad pero sí la capacidad de persuadir a través de una buena imagen.
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