Bruselas
El señor de los mariscos
La foto de Torrijos asomándose a un horizonte repleto de mariscos se convertirá muy pronto en un vergonzoso icono de la izquierda que gobierna. Lo que se retrata en la foto no es lo que unos espabilados comen en Bruselas, sino lo que hacen en sus apretadas agendas unos políticos que repiten con desahogo que cualquiera de sus acciones forma parte de su desinteresada entrega y su permanente lucha en beneficio de los demás. El rancho de la lucha, la de unos prendas que han dejado a la empresa pública Mercasevilla como un erial y un déficit de 14 millones de euros, fueron unas hermosas cigalas como brazos de gitano y unas ostras del tamaño de las panderetas navideñas, aunque luego nos han dicho que estaban obligados a comerlas porque era «lo más abundante y de más calidad» que tenían al alcance en una feria de mariscos. Si estos tíos fueran al Sicab, nos arruinarían a todos los contribuyentes comprando caballos y si visitaran Joyacor nos dejarían con la soga al cuello y entrampados para siempre comprando perlas y collares de diamantes. Pero fueron a Bruselas, y en lugar de comer coles, que es lo que allí más abunda y más barato les sale, se decantaron por las langostas en su lucha por los intereses de Sevilla que al final no pudieron conseguir, aunque siempre les quede esa foto como recuerdo.
Y la gracia de la foto es que no tiene ninguna. No la puede tener para quienes acaban de quitarles un cinco por ciento de salario o quienes desde hace meses engrosan la lista del paro y se enfrentan a un futuro cada día más incierto. El señor Torrijos ha publicado la foto en su blog un día antes de verla publicada a la fuerza en un periódico y evitarse aquello de decir que él mismo acababa de enterarse por la prensa, como nos han dicho al justificar las subvenciones que han llevado en el PSOE a la dimisión del compañero Velasco. Incluso nos dirán que la izquierda sale con la foto más «fortalecida» y unificada que nunca, aunque sean incapaces de explicar que nadie se gasta 1.500 euros en cigalas por el placer de robar una primicia al diario que lo cuenta. Pero así se escribe la historia y estos son los proletarios menús de quienes la escriben aunque prefieran que no haya ningún fotógrafo cerca.
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