Teatro

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Einstein nada de relatividad

Cuando Einstein supo que habían lanzado la bomba atómica, en cuya elaboración participó, contra Nagasaki e Iroshima, sólo emitió un «¡ay!, profundo pero una interjección únicamente. Ricardo Joven, actor curtido, quiso saber qué pudo ocurrir después: la curiosidad le condujo a la escritura dramática

Ricardo Joven, caracterizado
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Navegó entre montañas de documentación y descubrió, entre otras cosas, que su genialidad iba asociada a «un gran sentido del humor, que usaba como elemento distanciador, y mucha ironía», comenta el autor. Pero también otras zonas oscuras, como la existencia de una hija de su primera esposa a la que ni siquiera conoció.

Precisamente a ella se dirige, según Joven, tras el impacto emocional de las bombas. En su apartamento de Manhattan, rodeado de pizarras con fórmulas, empieza a grabar sus experiencias en un casette para la pequeña, que en realidad había muerto con sólo año y medio. La empieza por «el cuento de los dodos, la especie de las Islas Galápagos, que tardó miles de años en evolucionar y perder sus alas y que en 99 años los humanos hicieron desaparecer como especie a garrotazos», continúa Joven.

La paradoja de la ciencia

Así empieza el relato que nos descubre también la tentación que tuvo Albert de convocar a la prensa en lo alto del Empire State vestido de dodo para emprender un vuelo que le alejaría definitivamente de «la profunda vergüenza de la condición humana». Como efecto inmediato, Einstein se convierte en un militante por la paz que exige que la ONU se transforme en un verdadero organismo regularizador. Pero semejante acontecimiento supone para él una «reflexión profunda: la imaginación es tan importante que el conocimiento nos lleva a vislumbrar y avanzar como seres humanos, pero a la vez es terrible porque conduce a la depredación», argumenta este nuevo dramaturgo.

El exterior se cuela en el escenario a través de la radio, gracias ala que podemos escuchar los testimonios de Truman y MaCarthur. Por teléfono mantiene conversaciones con Elsa, su segunda mujer, y con Rosselvelt, curiosamente los dos ya muertos en ese momento de su biografía.

Carlos Martín, el director de Teatro del Temple y del montaje, asegura que Joven le ha proporcionado libertad total a pesar de ser el autor y actor del espectáculo. Con «Einstein y el dodo» su compañía completa una colección de personajes reales llevados a escena: Goya, Warhol, Picasso, Buñuel, Lorca... lo que le permite concluir que «no se trata de un ejercicio biográfico, sino de ver qué pueden aportar al imaginario colectivo».