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Murcia

La lámpara encendida por Luis Emilio Pascual

La Razón
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¡Que llega el esposo, salid a recibirlo! Fue el grito que oyeron diez doncellas. Para unas fue motivo de alegría; para la otra mitad, de desesperación y abatimiento. La espera había sido larga y ¡todas se durmieron! Unas llevaban suficiente aceite para sus lámparas, a las otras se les acabó. Falta de previsión. Pocos de los lectores recordarán las antiguas lámparas de aceite, a la mayoría les resultará algo ajeno el caso. Quizás hoy se podría traducir por «quedarse sin gasolina» en un accidentado viaje, «quedarse sin batería» en la cámara de video ante un gesto irrepetible de nuestro hijo pequeño o, para los más jóvenes, que «se agote la carga del móvil» a mitad de esa conversación más que interesante en WhatsApp. Aún siendo ejemplos imperfectos, lo que nos indican es que el aceite de las lámparas, la batería de la cámara o la carga del móvil son imposibles de compartir.

No se trata de bienes materiales; el aceite es la experiencia de fe personal, y ésta es individual. Se podrá explicitar, podremos sentir y manifestar sus consecuencias, pero no la podemos compartir. Es propia. Y si no, preguntemos a esos padres que intentan transmitir su experiencia de Dios, su fe y sus creencias, a sus hijos; o a esa esposa que intenta convencer al marido de acudir a una catequesis o charla formativa, que ella sabe que es importante, pero que él no lo entiende así; y tantos y tantos ejemplos. La fe es la respuesta libre del hombre al encuentro previo y gratuito que Dios ha tenido con Él. Y la historia de amor de Dios con cada hombre es «personal e intransferible». No hay egoísmo, pues, en la actitud de las cinco doncellas «sensatas». ¡Ya hubieran querido ellas que sus compañeras también entraran en la fiesta del banquete!

Tras el cambio horario del pasado sábado parece que se nos escapa el día, como si hubiera menguado. Por otro lado, la noche está de moda: es el espacio propio de los jóvenes: ¡viven de noche! Para unos es espacio de encuentro y fiesta; para otros de libertad, autonomía y hasta de trasgresión. Pero al mismo tiempo hablamos de «noche» para expresar la realidad oscura del mundo y el hombre, su tiniebla y su amargura. Vivimos en medio de una larga noche donde reina la cultura de la muerte y la violencia. Se ha desterrado a Dios de la vida y aparecen las sombras de la condición humana y mortal. Cierto, sí, pero también hay gente que mantiene la lámpara encendida: son faro que orienta y evita catástrofes, que indica el camino mientras se espera al Esperado, al Esposo que viene. cuestión no es si el Señor viene pronto o se retrasa, sino que viene y ¡viene siempre!, pero llega envuelto en los acontecimientos cotidianos, y pide estar en vela y con la lámpara encendida para reconocerlo.

 

Luis Emilio Pascual
Capellán de la UCAM