Caso Malaya
A la cárcel
Lozoyuela, ocho de la mañana del 22 de mayo de 2011. Soy suplente de la presidenta de la mesa electoral. Con ésta, acumulo seis convocatorias, seis; ruego a la autoridad ¿competente? que se olvide de mí o que me meta en plantilla. Prosigo. La presidenta no aparece. Me toca pringar por ese afán de ciudadano cumplidor. Tratan de apaciguarme el ánimo con lo que significa ser miembro de una mesa electoral, «es obligatorio y si no concurre a desempeñar sus funciones, las abandona sin causa legítima o incumple sin causa justificada, incurrirá en pena de privación de libertad de 14 a 30 días y multa de dos a diez meses». No es muy explícita la ley, pero se entiende, salvo lo de la multa económica. Tomamos posesión y a las diez y cuarto vota la «presidenta». «A mí nadie me ha citado», se disculpa. Mentira. Espero, deseo, exijo y ruego que le impongan la máxima condena. Por su culpa no vi la salida de Alonso ni la tercera etapa de los Dolomitas ni las hazañas de Contador, quien cuando termine el Giro habrá pasado más de una veintena de controles. Propongo, cárcel para la presidenta sinvergüenza y que si Contador gana la carrera y no da positivo, que no lo dará, la UCI y la AMA le inviten a declarar qué es lo que come. Y si es prohibido y no aparece en los análisis, que le paguen 30 millones por la fórmula y que se retire. Pero si todo va bien, que irá, que le dejen tranquilo, que corra en paz y que el TAS le declare inocente. Sería una manera de no ensuciar más el ciclismo. Lo otro me temo que no tiene remedio.
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