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Cara y cruz de la reinserción
Sólo el 10 por ciento de los menores que pasan por un centro de infractores de la Comunidad vuelve a delinquir. «El Rafita», con diez arrestos en cuatro años, y «El Pera», que colabora con la Ley, representan las dos caras de la reeducación
MADRID- La décima detención y puesta en libertad por un juzgado ordinario de «El Rafita» ha reabierto el eterno debate sobre la reinserción y la polémica Ley del Menor. Su caso levanta ampollas porque es un claro ejemplo de fracaso de la sociedad. Pasó por un centro de menores y, a la vista está, los programas que allí aplicaron con él nunca llegaron a surtir efecto. ¿Hay casos imposibles? Y si los hay, ¿son habituales? Según las estadísticas que manejan en el Gobierno regional, afortunadamente sólo hay «un Rafita» por cada diez menores infractores. Hasta la Agencia para la Reinserción y Reeducación del Menor Infractor (ARRMI) llegan cada mes muchos chicos y chicas que aún no han cumplido los 18 años pero que ya se han sentado delante de un juez al que no han convencido de su inocencia. En la región, se ejecutaron el año pasado 5.008 medidas judiciales, es decir, sentencias impuestas por un juez de menores aplicando la cuestionada Ley del Menor. Pero, lógicamente, hasta ese banquillo «de menores» no se llega de la noche a la mañana y los expertos señalan que hay muchas razones –y, a veces, ninguna– por las que un adolescente pasa de la gamberrada al delito. Aunque todos tengamos en la mente que detrás de cada uno de estos jóvenes hay familias desestructuradas, falta de cariño por parte de los progenitores, niños rebeldes por naturaleza y demás tópicos, no siempre que se dan una o varias de estas circustancias es sinónimo de menor conflictivo.
«Es muy importante el papel de los profesores en los institutos porque pasan muchas más horas con los chavales que sus propios padres y, en la mayoría de los casos, los conocen mejor. Es normal que un adolescente tienda a "actuar"cuando está en su casa y por eso los padres se quedan a cuadros cuando les llamas para decirles que acaban de agredir a un compañero», explica una psicóloga y orientadora en un centro público de educación secundaria madrileño. «Lo malo –advierte– es cuando no se sorprenden ni se lo toman como un problema prioritario. Entonces, ese chaval tiene todas las papeletas para "salir torcido"», asegura. Sin embargo, los expertos inciden en que no siempre son los padres los responsables de cómo salgan sus hijos. «El ejemplo más claro es que dos hermanos pueden salir muy distintos. Hay un componente importante de genética y, sobre todo, del entorno. Las influencias a ciertas edades son cruciales». De malas compañías sabe bastante Juan Carlos Delgado, conocido como «El Pera». Comenzó a «enredar» con seis años. «Primero robando en el colegio, luego en las tiendas del barrio y, casi sin darte cuenta, le estás haciendo un puente a un coche», explica el delincuente reformado a LA RAZÓN. «Yo me sentía respetado, era el líder de una banda», recuerda de sus inicios en un humilde Getafe de finales de los 70. Su vida dio un giro de 180 grados en el verano de 1980, cuando sus padres le llevaron a la Ciudad escuela Muchachos, una suerte de los actuales centros de menores. «El Pera» habla de ese día como su «segunda fecha de nacimiento»: se pasó al lado de «los buenos». «Lo peor es que te hagan sentir un héroe», advierte en referencia a muchos delincuentes de ahora como los «aluniceros», jóvenes que sienten que ya tienen un «estátus» en su barrio, lo que para ellos es sinónimo de haber triunfado en la vida. En su faceta de educador, «El Pera» llegó a tratar con «El Rafita» cuando estaba interno por el crimen de Sandra Palo. «Tengo la sensación de que él sabía que la gente le tenía miedo y se sentía respetado», asegura. Pero el mítico delincuente reformado hace hincapié en que «no tiene nada que ver un robo con un delito de sexual o de sangre. Esos son más complicados de tratar».
«El Pera» es la cara amable de la reinserción y, afortunadamente, la más habitual. Y es que, según la Agencia de Menores Infractores –organismo de la Consejería de Presidencia y Justicia–, sólo el 10 por ciento de los menores infractores reincide. «Tenemos la mayor tasa de reinserción de España», apunta la directora de la agencia, Regina Otaola, quien explica que los delitos más habituales entre los 237 internos que hay ahora son los robos y las lesiones. «El último año han crecido los casos de violencia de menores a mayores; es necesario que los padres establezcan límites». La agencia tiene un convenio con Instituciones Penitenciarias por el que les informan si uno de «sus» menores ingresa en prisión en la edad adulta. «Con "El Rafita"se trabajó con todos los medios posibles, pero es un juez el que decide si debe continuar con nosotros. No todo el mundo se puede reinsertar pero, ahora, al menos, comete otros delitos».
«El Pera»
(42 años)
Origen:
Juan Carlos Delgado se crió en el seno de una familia humilde y comenzó a delinquir en los barrios de Getafe a finales de los años 70. Con once años ya tenía 150 antecedentes a sus espaldas.
Sus delitos:
Empezó robando a sus compañeros del colegio, en el supermercado de su barrio y, finalmente, se «especializó» en el robo de coches. Era capaz de dar esquinazo a la Policía en cada persecución.
Reinserción:
Su familia pensaba que era imposible rehabilitarlo, pero tras su paso por La Ciudad de los Muchachos, en Leganés, su vida cambió. Ahora da clases de conducción evasiva a la Guardia Civil y charlas en centros de menores infractores.
«El Rafita»
(23 años)
Origen:
La familia de Rafael Fernández García viene del poblado marginal de Las Mimbreras. El Ivima les proporcionó un piso en Alcorcón, pero los desahuciaron por impago en 2010. Viven entre pisos «okupados» y parcelas de la Cañada Real.
Delitos:
Fue condenado a cuatro años de internamiento por participar en la violación, asesinato y quema del cuerpo de Sandra Palo en mayo de 2003.
Reinserción:
A los 18 años se borró su historial de penales por aplicación de la Ley del Menor. Desde entonces, ha sido detenido diez veces, sobre todo, por robo de vehículos. Vive de robar coches y vender sus motores o llevarse camiones cargados de productos para revender.
«DIPLOMADOS»
Una profesión «legal»
La reeducación es una de las bases de la reinserción, por eso, son múltiples las asociaciones que invierten sus recursos en formar a los internos de centros de menores y prisiones. El pasado diciembre, por ejemplo, presos de Valdemoro se «diplomaron» como cocineros, una profesión a la que se podrán dedicar cuando cumplan sus condenas.
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