España

No piensan

La Razón
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A los llamados indignados de Madrid, aparte del desodorante, les han abandonado las ideas. Tienen el motivo de la indignación a dos palmos de las narices, y no lo han descubierto. Tengo para mí que, de formar parte del zaguanete de presumibles indignados que se mantiene en la Capital de España, mi indignación se centraría en los sindicatos. Acaban de recibir otro centenar de millones de euros de todos los españoles regalados por el Gobierno. Dicen que serán invertidos en la «formación de funcionarios». Uno creía que los funcionarios se formaban en los colegios y las universidades, pero parece que estaba equivocado. En lo que van a gastarse el dinero los sindicatos es en el boicot a la visita del Papa que ha llamado a Madrid a dos millones de jóvenes. Qué casualidad. El aeropuerto y el Metro en huelga justamente en esos días. Los sindicatos no están en absoluto indignados con el Gobierno, que los mantiene, los mima y les dice lo que tienen que hacer para seguir recibiendo dinero. Si los sindicatos se financiaran con las cuotas de sus militantes no tendrían ni para un chupa-chups. Ellos se forran y los indignados no perciben ayudas de ninguna clase. El Papa no tiene la culpa de ello. Además, con independencia del objetivo espiritual y social de la visita a Madrid del Santo Padre, la multitud que le espera llegada de todas las partes del mundo va a dejar mucho dinero en España. Eso no lo admiten ni los sindicatos ni los indignados, cuando habrían de mostrarse felices por ello.
Los indignados tendrían que visitar las sedes de los sindicatos. Ahora no, porque la mayoría de los chulos del sistema están de vacaciones en el Caribe. Los indignados harían bien en intentar conocer adonde han ido a parar los miles de millones de euros que han llovido sobre los sindicatos durante los años zapateriles. Se indignarían con razón. No lo hacen, porque en el fondo, el derroche del dinero de todos en beneficio de unos pocos no les indigna tanto si esos pocos son de su cuerda. Tienen el mismo jefe, Rubalcaba, y ese detalle imprime carácter y sella las libertades. Los indignados se indignan con el Papa y cierran los ojos cuando pasan los jerifaltes gramscianos de Comisiones o de UGT. Pídanles explicaciones a ellos. Y hagan una prueba. Preséntense todos una mañana en la sede de Comisiones o de UGT y pidan que les den de comer con abundancia , simpatía y caridad. No probarán bocado. Hagan lo mismo y acudan a los comedores de Cáritas, administrados por la Iglesia que el Papa representa, y saldrán de sus estancias bien alimentados y con muchas dudas en la cabeza. Sin la labor social que la Iglesia realiza en favor de los sin nada y los enfermos, nuestro sistema quebraría. Pidan cobijo y alojamiento en los sindicatos. Se quedarán en la calle. Hagan lo mismo en cualquier establecimiento regentado por una organización cristiana, y descansarán compartiendo el descanso con los desheredados, los desesperanzados y los abandonados por la vida. No se indignen contra el Papa, que nada les ha hecho. Su protesta contra la visita del Santo Padre nada tiene de espontánea. Es política y responde a unas pautas y órdenes que ellos, los llamados indignados, están dispuestos a cumplir a rajatabla, quizá para conseguir que les caiga parte del maná que sólo se derrama sobre los sindicatos. Odian lo que sirve y aborrecen lo que hace el bien. No tengan cuidado. Ellos son mil y los que estarán en Madrid para recibir al Papa serán dos millones de personas, la mayoría jóvenes. Dos millones de verdaderos pacifistas. No abusarán de su número y podrán contar con su ayuda en el caso de solicitarla. No se indignen con ellos. Háganlo con los que se llevan el dinero para seguir obstruyendo la entrada de España en el siglo XXI. Piensen.