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Luis Mariñas

La Razón
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¡Que lástima que te hayas muerto, Luis Mariñas, viejo amigo coruñés! Si aún estuvieses aquí y pudieses echar un vistazo a los periódicos de la mañana o escuchar los boletines informativos y las tertulias de radio y televisión, verías lo mucho que te apreciaban incluso quienes en su día no disimularon su intención de moverte hacia el rincón o su ilusión por destruirte. A cambio de ese sinsabor, verías que la gente de la calle sentía verdadero aprecio por ti, colega, y lo mucho que en las comidillas de las peluquerías y de los talleres se echa de menos a los tipos como tú. ¿Sabes?, al leer los obituarios me he dado cuenta de que tenías menos premios que la mayoría de tus renombrados colegas de la televisión y la verdad es que me he llevado una alegría porque en este país y en este ambiente, amigo mío, hay poca gente que se libre de la lacra de ver reconocida su labor con algunos de esos galardones desacreditados que tendrían que pesar como losas en el pecho de quienes se consideran condecorados con ellos. Ahora comprendo por qué un viejo periodista me dijo hace ya algunos años que lo peor que te puede ocurrir en este oficio es que te sientas tentado por la gloria y amenazado por el éxito. Todos quieren asomar la cabeza donde mejor les dé la luz porque este trabajo es algo de esperanza, poco sol y mucho frío. Uno ya no sabe muy bien cuál es el mejor sitio en el que estar. Nos ocurre como al náufrago cuya única opción de salvarse es aceptar que lo recoja en su bote el tipo solitario, furioso y hambriento que con toda seguridad no lo considerará una víctima, sino un bocado. Recuerdo haber hablado de esto contigo hace ya algunos años, con motivo de haber coincidido en el despacho del director de un periódico gallego. Yo atravesaba un mal momento y era casi comida para perros, y tú te quejabas de que tu carrera parecía estancada en el lodo del éxito. Jamás hablé de ti en mis columnas del periódico, amigo. Tampoco me preocupé demasiado por saber cómo te iba la vida. Tú hiciste lo mismo. Cada uno tomó su rumbo y hablamos poco desde entonces. Ahora me encuentro tu cadáver rodeado de costaleros y de elogios. Y me pregunto, querido colega, viejo amigo, si en realidad muchos de esos tipos en el fondo no estarán resentidos contigo porque les haya pisado, sin vanidad y sin aspavientos, la noticia de tu propia muerte. Ambos sabemos, Luis Mariñas, que a más de uno tendrían que entrarle tus cenizas en los ojos.