Francia

El adiós de un animal político

No logró reformar Francia, pero dejará huella en la historia del país

El adiós de un animal político
El adiós de un animal políticolarazon

PARÍS- Nicolas Sarkozy es uno de esos animales políticos que dejan huella en la historia. Aunque el último gran acontecimiento de su palmarés sea un borrón más que un hito memorable. No sólo se convirtió ayer en el presidente francés con el mandato más corto de la V República, cinco años, seguido de Valéry Giscard d'Estaing, que tampoco logró renovar, sino en la víctima número once de la crisis económica y financiera que sacude Europa y que ya se ha cobrado diez gobiernos a su paso.

A sus 57 años cuenta con una sólida trayectoria jalonada de alguna travesía por el desierto, pero sobre todo marcada por diez años en los que el joven ministro del Interior de 2002 terminaba convirtiéndose en presidente de la República. Tres décadas de experiencia en las que ha ascendido todos los escalones de la Administración hasta que hace cinco años cumplió su sueño de sentarse en la cumbre del poder de Francia, y algunos maestros como su mentor, Jacques Chirac, con quien las relaciones se deteriorarían en 1995 cuando el joven «Sarko» le traicionó en favor de Edouard Balladur, pero que si en algo le ha ilustrado es en la conquista del poder.

En este lustro al frente del Elíseo, Sarkozy ha demostrado ser un jefe de Estado cuando menos atípico, capaz de suscitar con la misma fuerza adhesión y rechazo. La admiración de quienes ensalzan la energía y el voluntarismo que en este tiempo ha puesto al servicio de la nación. Pero también la oposición más virulenta de quienes censuran en él la provocación y una cierta arrogancia. Y que abominan de la falta de elegancia y estatura presidencial que en los primeros tiempos le condujeron a mezclar en la plaza pública la función institucional y la vida privada.
Los cruceros por el Mediterráneo en yates de adinerados amigos, la divulgación por capítulos, y a modo de telenovela, de su separación y posterior idilio con Carla Brun hasta su boda en 2008 no han hecho sino erosionar su imagen. Así como los exabruptos verbales, poco dignos de la función suprema, con los que acostumbraba a responder en sus inicios a las increpaciones ciudadanas de las que era objeto.

Inauguró su mandato en mayo de 2007 con una popularidad del 63% y con el mismo nivel de opiniones desfavorables lo ha concluido. Su estilo, sus gustos de rico y la propensión a la opulencia «bling-bling», además de una retahíla de escándalos político-financieros en los que su nombre se ha visto salpicado, han contribuido a esquilmar dicho capital.

El omnipotente ministro devino en «hiperpresidente». Paladín de una derecha «sin complejos» prometió la «ruptura» con la política practicada hasta entonces y lo cumplió. Pero en el camino se han quedado las promesas de un país con «pleno empleo», con un crecimiento robusto y donde «trabajar más» fuera sinónimo de «ganar más».

Las urnas le sancionaron ayer. Y como él mismo ha confesado se retirará tras treinta años animando la vida política gala. «No volveréis a oír hablar de mí», confiaba hace unos meses a un grupo de periodistas. Un adiós con regusto amargo.