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La Razón
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A la rastra me ha metido la prójima en estos grandes almacenes de Dios, que, nada más entrar, me da el mareo como de niño en la Iglesia con las velas y los inciensos. Menos mal que está allí absorta en su trapicheo y me ha dejado aquí oyendo a esas otras dos y guardando el diálogo para mis lectores. –Son muy caros, mamá. Casi me llevo los de listas. –¿No has oído que lo barato es caro? Si a las dos lavadas… –Ya, te lo he oído desde niña. Pero según andan las cosas, ¿crees que las caras son caras porque duran más? –No sé. Puede que algunas lo sean. –Por ejemplo, porque son de marca, que llevan firma. –A lo mejor por eso duran más. –¿Sí, madre? Pues eso iría contra otra ley que rige en la feria, aunque no se la cante. –¿Qué ley, niña? No me vengas con politiquerías. –La sabes igual que yo: la ley de que las cosas se gasten o estropeen cuanto antes para que se puedan tirar a la basura y comprar otras nuevas. –¿Qué ley es esa? ¿Quién la ha puesto? –¿Te lo voy a decir yo? Tú lo sabrás –No quiero decir nombres –No los digas, madre. Yo lo que te digo es que, sin esa ley, el comercio y la industria y la economía y toda la maquinaria iban a quedar paralizados. ¿No te horroriza? –Me horroriza porque tú me lo presentas, pero eso no va a pasar. –Seguro que no, mamá. ¿Cómo decía la abuela? Dios aprieta, pero no ahoga –Sí. –Pero, ¿no te sabe a soso esto de que el mundo tenga que pasarse la vida comprando y vendiendo cosas que no hacían falta para que la rueda siga girando? –Sssch, baja la voz, que te van a oír las tonterías que sueltas, o ¿qué quieres? ¿que no haya tráfico ni orden, que venga el fin del mundo? –A lo mejor: a ver qué pasa. –Lo que te va a pasar es que, a ese paso, te vas a quedar sin porvenir sin casa y ni marido. –¿Sin porvenir? ¡Qué peso me quitas! –A ver, de una vez, ¿cuáles eliges? –Los caros, por darte gusto.