Portugal
Emoción con nécoras
Quienes me conocen bien saben que nada lo que hago obedece a un plan previamente trazado, ni responde a un interés material. Esa es la razón de que mi carrera profesional haya ido siempre a remolque de las improvisaciones de mi vida personal. A pesar de haber hecho muchas cosas a lo largo de tantos años, la verdad es que nunca quise ser un hombre ocupado. Si me hubiese planteado mi existencia como una sucesión de objetivos formales, y si sólo pensase en llenar de contenido las solapas de mis libros, con seguridad las cosas que hice con el corazón las habría hecho con la agenda. No quiero decir con esto que mi vida haya sido una ociosa sucesión de banalidades, de diversión o de tiempo perdido. De lo que se trata es de establecer prioridades y en mi caso eso significa que entiendo la vida como un viaje en el que el destino es cada lugar en el que me detengo a pensar si valdrá la pena seguir. Los míos se han acostumbrado a esta manera de ser y entienden perfectamente que viaje a Madrid saliéndome con frecuencia de la autovía y perdiendo a cada rato el tiempo que necesito para reconsiderar seriamente mi objetivo, como cuando fui a Valencia con el mapa de carreteras de Portugal.Más que los planes, lo que de verdad me interesa son las emociones. Soy tan torpe para organizar mis intereses materiales, que al margen de las que invitó mi editor, no recuerdo una sola comida de negocios que no me haya costado dinero. Con peor trayectoria en ese sentido sólo recuerdo al propietario de un pub compostelano que tenía siempre el local rebosante de amigos. Era generoso e invitaba a menudo a sus clientes sin preocuparse de la contabilidad. Un día me confesó que no sólo había fracasado como empresario, sino que le debía dinero a la mayoría de aquellos tipos a los que tantas veces había invitado a sus expensas. Su éxito le había llevado a la ruina. Y todo por culpa de ignorar sus intereses y dejarse arrastrar por sus emociones. Una de aquellas noches a solas con él en su bar me pidió algo de dinero para comprarle flores a una mujer de la que creía estar enamorado. Y me dijo: «Nos pierden las emociones, colega. Tú te casas para que la muerte no te pille en casa y yo he montado un bar para que mis amigos sepan donde atracarme. Tu vida ocurre a tumbos y mi caja está siempre vacía. Me jode pedirte dinero para flores, pero, ¿sabes?, aún me jodería más que esa chica fuese alérgica a los claveles». No dije nada, pero pensé que mi amigo hacía bien en desconfiar. Ambos sabíamos que no cabía descartar la posibilidad de que se cruzase en nuestro camino una de esas mujeres que a las que las únicas flores que de verdad les interesan son las nécoras.
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