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La mala leche

La Razón
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Reconozco que nunca he sido un tipo especialmente espabilado para las cosas vulgares. Hay gente que nace con mala leche y enseguida se percata de situaciones que pasan desapercibidos al resto del ecosistema. La premeditación, la estrategia, el pellizco disimulado, el toque con la rodilla o el codazo a la altura de la costilla, son expresiones corporales que algunos utilizan para avisar de que una situación está a punto de desarrollarse o está pasando en ése momento. La gente con mala leche aflora como la hiedra, es rápida y cubre la pared de la vida de sus víctimas con una pátina verde que lo oscurece todo, dando una falsa sensación de frescor y ocupando una extensión enorme y difícil de quitar. Nunca pensé que conocería a gente con tan mala leche. Tampoco creí que iba a escribir sobre ellos. Y mucho menos que al nombrarlos, sentiría cierto desahogo. Estoy totalmente en contra de la gente con mala leche. Ocupa todos los lugares de la sociedad, son parias y ministros, perro-flautas y artistas, ejecutivos, estrellas de la radio, la televisión y porteros de discoteca. La mala leche es un perro que no conoces hasta que te muerde. Primero te asusta, porque ves brillar sus ojos en la oscuridad. Y luego notas sus colmillos hundiéndose en la parte tierna de tu alma. Ahí es cuando enfermas, porque esta gentuza te inocula venenos como la difamación y la insidia. Y al hacerlo en la arteria más vulnerable de tu ignorancia, los efectos son devastadores, porque pueden estar masacrándote durante años sin que te enteres, ya que el resto de perros de la camada actúa como cómplice, incluso te sonríe o alguno además te llama amigo. Y como no voy a salir en busca de ellos, ni les voy a disparar en una rodilla como en las películas de la mafia, les mando un mojón, no sea que esta mañana lo pisen al salir de su casa, distraídos en desparramar su mala leche por el mundo.