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Agua de mayo por Santiago Martín «El Viti»

La Razón
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Estoy muy afectado por la pérdida del maestro Antoñete. Me aflige muchísimo su muerte. No por ser un excelente compañero de profesión, eso es lo de menos, sino por la bondad que irradiaba. Era amable y formal, con sus propias intimidades que guardaba para sí, pero dispuesto también a abrirse en cuanto cogía confianza. Lo echaremos mucho de menos, porque se hacía querer muchísimo. Su figura personifica como nadie lo que ha logrado en la historia, el hombre divo de la afición de Madrid. Ése que el tendido estaba esperando siempre, nunca mejor dicho, como agua de mayo. No me extraña. Antonio creó y dejó escuela. Era consciente de este amor que le tuvo siempre el público. Lo llevaba a culto, grabado a sangre, y se sentía bien orgulloso.

Presumía del cariño de su gente. Era su seña de identidad. El emblema que lo distinguía.
Nos conocimos siendo aún novillero. Por entonces, se empezó a hablar de un joven prometedor criado al cobijo de la plaza, en su propio seno. Sólo escuchaba maravillas de él. No tardé en comprobarlo. Empezamos a compartir tardes y rivalizar en los carteles. No coincidí tanto como con otros, también en parte por su mala suerte con las lesiones, pero daba gusto anunciarte con él. Era un espada serio, respetuoso, cabal con la profesión. Quedarme con una faena o una anécdota es imposible, porque supo convertirlas en algo rutinario.

Hablar de Antoñete es definir a un perfecto conocedor del toro, de sus terrenos, de sus rarezas y de cómo amainarlas. Dominaba todos los tercios y cada una de sus suertes, porque por su cabeza sólo pasaba una idea: la perfección en el toreo. Lo que ayer se vivió en Las Ventas es la mejor demostración de que lo lograste. Antonio, torero modélico, descansa en paz.

 

 

Santiago Martín «El Viti»
Matador de toros