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La Razón
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Acaba de publicarse una encuesta realizada entre dos mil setecientos internautas sobre cómo son los turistas europeos dentro de su propio continente. Una pensaba que el gusto por poner a caldo al vecino era de exclusividad española pero parece que no, amiguitos, que aquí a todos nos encantan los estereotipos.Según este estudio, los ingleses reconocen que en cuanto salen al extranjero llevan unas pintas que jamás se atreverían a lucir en las islas. Los franceses, por lo visto, viajan como un pincel, seguidos, cómo no, de los italianos. Estos últimos se caracterizan por abocarse el frasco de Patricks, dejando un reguero de aromas mareante. De nosotros se dice poco y malo: somos unos horteras de cuidado. Tampoco nos caracteriza nuestra afabilidad, porque nos ganan los irlandeses, los holandeses y los escoceses. En el otro extremo, el de los insoportables, se encuentran los franceses, los ingleses y los rusos. Los ingleses también son de los que gustan de hablar el idioma local sin miedo al ridículo, mientras que los franceses hacen poco esfuerzo en lo de las lenguas si no es para explicar con mucha pompa el funcionamiento de una tiza. Hay un aspecto, ojo, en el que destacamos y no es precisamente para limpiarse de polvo la solapa: nos consideran los más deshonestos. Creen que vamos siempre a dar el palo y resulta, además, que nos pillan. Hay detalles, sin embargo, que, quizá, hayan pasado a los encuestadores inadvertidos. El turista español se caracteriza por gritar mucho en las plazas. Da igual la hora que sea, se llega y se grita y así se llama la atención por el salero y la simpatía. Se viste siempre de plumas en invierno, lo más gordo que se pueda, y en pirata en verano. Se acompaña el pirata de chancla con el pie lo más blanco posible. En los sitios cerrados también se entra a voces, para que los lugareños se fijen, y se ponen caras raras ante la gastronomía local. Se puede añadir, ya después de haber pedido un pacharán en copa de balón, que como en España no se come en ningún sitio. El turista español, sin embargo, podría ser localizado desde un satélite espacial por un don único e intransferible, que es meter la pata con muchísima soltura. Si hay un lago donde viven unos cangrejos ciegos endémicos y se nos advierte de que el óxido está acabando con la especie, no fallará el turista español: a escondidas y de risitas, va y tira un euro que lleva suelto.