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El hombre de paz
El terrorismo es poco serio. Aquí los de ETA se ponen la boina sobre la capucha y ésta sobre unas gafas modelo Telefunken para sus apariciones estelares y, en Libia, Gadafi parecía que estaba siempre de Nochevieja con todo ese repertorio de gorritos y tunicones que debían de ser la envidia del mago Rappel. Para fingir seriedad, ETA se llama a sí misma «militar» y Gadafi se hacía llamar coronel, aunque si el pobre llega a ir una mili como la española, no sólo no pasa de soldado raso sino que no sale vivo. Lo menos que habrían hecho es mantearle y sacarle cantares. Gadafi tenía pinta como de madrina de boda de antes, aunque fuera ésa una boda de sangre a juzgar por la carnicería que ha montado. El terrorismo es trágico, pero ridículo y siempre amigo de los disfraces exóticos para sostener su impostura ideológica. Ben Laden estudió en Oxford pero le gusta vestirse de Aladino armado. El terrorismo carece de seriedad y no por casualidad sino por definición. Es el frikismo del armamentismo, la parodia de la guerra aunque, como la guerra, puede matar. Gadafi no tiene sentido de lo patético porque, con un ropero como el suyo, estaba destinado a un final grotesco, a salir corriendo en rulos y en bata cuando le ametrallaran el camerino del poder. El terrorismo imposta cuando asesina y cuando va de bueno. Imposta para sobrevivir. A Gadafi, como a Otegi, como a Arafat, unos políticos decidieron llamarle «hombre de paz» decretándonos la amnesia. Aprendamos la lección. Le llamaron «hombre de paz» cuando, con esas pintas, estaba claro que andaba buscando guerra.
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