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La vida en el lugar más vigilado

Álvaro trabajó en Jasab, en el Golfo de Ormuz, enfrente de Irán. Es una zona pobre, llena de contrabandistas que pasaban alimentos al país persa

La vida en el lugar más vigilado
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Álvaro descubrió la crisis inmobiliaria en el mismo sitio en el que el mundo teme ahora que empiece una guerra. En el Estrecho de Ormuz, en Jasab, en la Península de Musandam. En 2009, Álvaro, arquitecto técnico, participaba en la construcción de una urbanización de lujo hasta que se acabó el dinero y tuvo que volverse a España dejándolo todo a medias. Veía pasar los barcos petrolíferos y también los gigantescos portaaviones, que vigilan esa zona casi desconocida para los occidentales, pero que se ha convertido en uno de los puntos con más tensión del planeta. Irán amenaza con cerrar el paso del Estrecho de Ormuz, de entre 60 y 100 kilómetros de ancho y 30 metros de profundidad, por el que pasa el 40 por ciento del transporte de petróleo del mundo. Estados Unidos, por su parte, amenaza con evitar ese bloqueo.

Cuando Álvaro estaba allí, sabía que vivía en un punto muy vigilado, pero todo transcurría con mucha calma. «De los americanos, allí en Omán, no se decía gran cosa –cuenta Álvaro– .Yo conocí a militares del Ejército de Omán que habían estado entrenándose en Estados Unidos, porque es un país aliado, que les sirve en su política contra Irán. Pero también es verdad que Omán, con su país vecino, Irán, no se lleva mal y sobre todo en la zona de Jasab están muy influenciados por los iraníes. Es una zona bastante aislada del resto del país, muy cercana a Irán, y eso se nota también en el idioma, que es parecido».

Álvaro, que vivía en una calle sin asfaltar, construía una urbanización de lujo, fuera de lugar en una zona rural, llena de acantilados, donde la carretera apenas tiene diez años. Antes, el único modo de acceder a esa parte del país era por barco o a lomos de burro, por los acantilados. Sin embargo, desde hace poco se ha descubierto su vertiente turística (le llaman los fiordos de Omán) y a alguien se le ocurrió que se podía aprovechar económicamente un lugar que es bueno para el buceo y que tiene un paisaje especial.

Omán puso el 50 por ciento del gasto en la urbanización, mientras que el resto partía de capital privado de Dubái. Sin embargo, se acabó el dinero y, como ha sucedido en el resto del mundo, se paró. «A mí me parece una buena zona para vivir por la temperatura: aunque en verano hace mucho calor, el invierno es muy agradable», dice Álvaro.

Comparan a Jasab con Gibraltar porque, aunque forma parte de Omán, está rodeado por los Emiratos Árabes Unidos. Para hacer cualquier cosa hay que cruzar la frontera. En poco tiempo, el pasaporte se queda sin papel, porque allí hay poco o nada que hacer. Álvaro trabajaba de sábado a miércoles o jueves (el día de descanso es el viernes) y, cuando no le tocaba estar en la obra, o se iba de viaje o intentaba descansar. El ocio es difícil de encontrar para alguien que llega de fuera. Si en lugares cercanos, como Dubái, donde hay centros comerciales, las mujeres no van tan tapadas, en Jasab, en frente de Irán, las mujeres esconden sus rostros y las horas se hacen algo más largas: ves pasar el tiempo y a los barcos cargados de petróleo, a los americanos vigilando y los pescadores en el mar.

Si no hay mucha humedad, a lo lejos se vislumbra Irán, el país que mantiene la tensión nuclear. «Por la noche ves cómo salen las lanchas desde la costa de Jasab hacia Irán, supongo que para llegar por la noche y evitar ser localizadas con facilidad», recuerda el arquitecto español.

Cualquier cosa e susceptible de ser contrabandeado, todo puede ser cambiado en Irán, un país preocupado por la energía nuclear y por desafiar a Estados Unidos, pero en el que la gente no encuentra zumo para beber: «En la localidad en la que yo vivía –cuenta Álvaro– puede que viviesen unos 30.000 habitantes y sin embargo en la zona había una nave llena de zumos embotellados». No era para cubrir las necesidades de Jasab, porque las sobrepasaba, sino que estaban preparadas para el contrabando con Irán. No era necesario fijarse mucho para detectar las lanchas rápidas, que hacían saltar la espuma del agua y que iban y volvían con rapidez. A veces llevaban zumos, pero también «vi cómo una vez llevaban una cabra». Los contrabandistas volvían con fardos llenos de dinero, porque el poco valor de la moneda iraní obligaba a acumular muchos billetes.

Uno de los lugares más vigilados del planeta, los contrabadistas, sin embargo, se mueven con cierta discreción y hacen su negocio sin miedo.