Tarragona
Shakespeare in tele
La televisión ha abierto huecos para el drama de calidad no exento de humor. Un libro disecciona estos nuevos territorios, tan relacionados, aunque parezca mentira, con el mismísimo William Shakespeare
En un momento en el que la televisión está desgarrando el aura del cine hasta el punto de abocarlo a una crisis incierta, resulta pertinente analizar las razones del éxito de las nuevas series de ficción, en su mayoría, dato a destacar, norteamericanas. Es más, ¿no busca Hollywood cada vez con más insistencia la transfusión de sangre televisiva? Independientemente de su calidad –muchas de ellas, sobresaliente–, es obligado reconocer que algunas de estas series están sabiendo captar el malestar de nuestra sociedad con una clarividencia y sensibilidad sorprendentes. No debe olvidarse que este formato encuentra su canal preciso en la era de la cultura a la carta de internet y la privatización del espectáculo. A diferencia de la novela y el cine, sostiene Jorge Carrión, «el relato breve y el capítulo teleserial se han adaptado perfectamente a los nuevos contextos de circulación y de lectura de lo literario y lo audiovisual».
Un nuevo vértigo
La serie se degusta en el ámbito doméstico, pero también crea espacios rizomáticos comunitarios y brinda a su espectador una sensación de continuidad infrecuente. En un mundo asediado por la precariedad e indefinición de las identidades, los personajes televisivos luchan por encontrar un sentido a sus existencias. La cortinilla introductoria de «Mad Men» es un ejemplo metalingüístico: la silueta de un hombre se precipita en el vacío mientras las imágenes de los anuncios publicitarios le acompañan en su caída. Un nuevo vértigo para una caja nada tonta; un lenguaje inteligente en el apogeo de la sociedad del espectáculo; una educación sentimental ingenua para tiempos hiperreflexivos e irónicos.
Aunque cabe señalar múltiples diferencias entre estos productos –no es lo mismo el marco experimental de «Lost» que el clasicismo de «Mad Men»–, existe en todas un común denominador: el protagonista nunca llega a casa. Como escribe Carrión, «la teleseriedad contemporánea descree de la firmeza del héroe y acentúa su desorden». Si Tony Soprano, Don Draper, Jack Bauer, Dexter o Locke, por citar algunos personajes que son objeto de reflexión en este inteligente ensayo, son los «héroes» de nuestro tiempo es porque parecen enfrentarse a un mundo de incertidumbre al margen de los procesos que antaño servían para dar forma y hacer acopio de experiencia en la ya castigada cultura burguesa. Repárese en cómo la novela fue el modelo pedagógico del mundo de nuestros abuelos y cómo hoy «no existen figuras capaces de contrapesar con luz la oscuridad de los trágicos héroes protagonistas». El problema que afronta la nueva serie televisiva es construir criterios de orientación en un mundo que pierde sus antiguos ejes de sentido.
¿Baja cultura?
Uno de los méritos de «Teleshakespeare» radica en que brinda una cartografía de este cambio de paradigma mediático. Casi todas las series importantes en los últimos tiempos merecen la atención del autor. Se nota que Carrión pertenece a una generación más reciente de ensayistas, mucho más advertida, incluso hasta fascinada, respecto a la función de los «medios». De ahí se desprende una sintomática predilección por los escenarios de la «baja cultura» y sus soportes, una llamativa libertad estilística nada académica, una cierta sensibilidad «pop», «menor», a los productos culturales, pero, sobre todo, una curiosidad por el nuevo capitalismo sentimental y sus monstruos.
Carrión habla en este sentido de la emergencia de una «ficción cuántica» (los ejemplos son las series «House of Leaves» y «Fringe»), donde la apuesta narrativa por la complejidad se desarrolla en universos paralelos (digitales y analógicos) de una forma similar a la de los postulados de la nueva física. «La ficción cuántica –escribe– se apropria sin ambages de su naturaleza de márketing, de su ambición tecnológica e integradora, de su condición viral, y la resemantiza; entronca con las poéticas que hicieron conceptualmente posible la existencia transmediática y las reivindica por su poder de disfusión e influencia (Cervantes, Sterne, Duchamp, Borges, Godard, Moore); reivindica el arte como complejidad científica, como crítica social e histórica, como vehículo de conocimiento disfrazado de vehículo de entretenimiento». «Algunas teleseries han construido, capítulo a capítulo, auténticas bibliotecas de narrativa, poesía y ensayo». No es tan exagerada esta afirmación. Esta aproximación entre lo vulgar y lo exquisito permite ciertas reflexiones. Lejos de los diagnósticos elitistas de la cultura de masas de autores como Adorno, en las últimas décadas no pocos investigadores han estudiado la dimensión utópica que subyace en los sueños de la cultura de masas. ¿No son los productos televisivos cristalizaciones de nuestros deseos y aspiraciones, de nuestras impotencias, frustraciones y paranoias? La complejidad de los ejemplos estudiados por Carrión desmiente esa falsa idea de que se trata de productos dirigidos al «público medio». No deja de ser irónico que la televisión experimente este renacimiento cuando prolifera la «telebasura».
Asimismo, cuando, series como «24» anticipan un presidente de color, es necesario acudir a la tesis de J. G. Ballard. En el pasado presuponíamos que el mundo exterior era la realidad y el mundo interior de la mente, con sus sueños e ilusiones, la fantasía. Hoy esos papeles se han invertido: la ficción satura los medios de comunicación y cada vez parece más borroso el concepto de «realidad». Hemos entrado en una cultura que se edifica cada vez menos sobre verdades visibles, donde la objetividad tiene menos fuerza que la suposición, el medio que el mensaje y el mapa anticipa el territorio. Como apunta este ensayo, la serie es el modelo de una experiencia que supere los viejos debates entre la alta y la baja cultura, de esa «pobreza» positiva del todo nueva que ha caído sobre el hombre al tiempo que ese enorme desarrollo de la técnica, palabra de Walter Benjamin.
Sobre el autor
Jorge Carrión (Tarragona, 1976) es escritor, crítico cultural y profesor de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, además de co-director de «Quimera».
Ideal para...
lectores interesados en las nuevas series de televisión y en los formatos mediáticos que están causando furor.
Un defecto
Se entiende mejor si el lector está familiarizado con las series que son objeto de análisis.
Una virtud
El autor aborda temas de complejidad sin caer en ningún momento en la banalidad.
Puntuación: 7
FICHA
«Tele Shakespeare»
Jorge Carrión
Errata Naturae
230 páginas 19,90 euros
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