Historia

Historia

El cinturón del rey

La Razón
La RazónLa Razón

Todos los días se pasa lista cuartelera de los excesos estatales y ayer se rebuscó en el pajar de las cuentas de la Corona. Pronto veremos al trono en el estrado de la TV y desde la plaza pública se preguntará: ¿Cuánto cuesta Juan Carlos I, nuestra corte y su corona? Después de cinco siglos, aquí, donde ha habido reyes liberticidas, reinas castizas de desbocada entrepierna y consortes como Francisco de Asís («Paco Natillas es de pasta flora/y orina en cuclillas como una señora»), encontramos un monarca longevo y discreto: una paradoja capaz de luchar contra la sangre envanecida de los borbones. Éste es un rey que vino dispuesto a contar con el destino y al cambio, el destino contó con su país. En estos días, incorporada como una partida más del mobiliario estatal al balance de las cuentas públicas, la Casa Real va a aceptar una rebaja en su presupuesto anual. El paso de los años ha dado al Rey una virtud privativa, el juancarlismo, que amarra en su nombre de pila antes que en su apellido de siglos. Con el martillazo a estas cuentas, Juan Carlos parece sitiado hasta quedar reducido a un alto ejecutivo del país, obligado a entregar unos resultados por su salario, como un operario entrega tuercas en una factoría.

Tendrá que apretarse el cinturón pero aclaremos que siempre será algo más que un viajero de sangre azul que no enseña pasaporte en los aeropuertos. Para valorar sus servicios, no es necesario esperar a que su vida sea un códice miniado.