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Altísimo coste por Ángela Vallvey

La Razón
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Antes de la crisis, la profesora de una universidad me invitó a un congreso. La manera más rápida de llegar a la ciudad italiana donde se celebraba era un vuelo con una compañía de bajo coste. El billete lo pagaba la universidad. Costó 30 euros. Me sacaron también un «pase preferente» de 10 euros (ida y vuelta). Total, 40 euros. El trayecto en taxi al aeropuerto me supuso 60, de modo que el vuelo no fue un mal negocio para los modestos recursos universitarios. El autobús que trasladaba al pasaje hasta la pista donde estaba estacionado el avión disponía de una gruesa cadena metálica que separaba a los que teníamos pase preferente (cuatro personas) del resto (unas 60). Tengo grabadas a fuego las imágenes de aquel trayecto humillante. Mientras que esas tres personas y yo nos sentamos en el autobús, sobre la cadena que marcaba el apartheid aéreo los demás se apretujaban hasta la asfixia –padres sofocados con niños en brazos y carritos de paseo incluidos–, nos lanzaban miradas de odio a los de «preferente» y soltaban espuma por la boca insultando a la compañía aérea, a su propietario, a los familiares vivos y muertos del propietario, y al injusto mundo en general, y lo hacían mirándome a «mí» a la cara, la única de los cuatro «preferentes» que les devolvía la mirada, no porque fuese la más valiente, sino porque estaba flipando y no quería perderme ningún detalle. La cadena estaba muy tensa, y el conductor se volvía de vez en cuando para comprobar que resistía la presión de los pasajeros enfurecidos. Entonces pensé que, por cuestiones de seguridad aeronáutica y de dignidad, pronto veríamos el fin del bajo coste aéreo.
Qué equivocada estaba.