Barcelona

Masas juveniles y riesgos

La Razón
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El drama de Duisburgo, población próxima a Colonia, debería llevarnos a reflexionar, además de exigir responsabilidades a quienes correspondan, sobre cómo actuar para evitar los graves peligros de concentraciones masivas y qué motivos convocan a tantos jóvenes en lo que se denominaba «Love Parade» y que ya con anterioridad había logrado reunir a más de millón y medio. Clara Zapater, de 22 años y Marta Acosta, de 21, habían finalizado sus cursos Erasmus en la Universidad de Münster. Clara estudiaba Psicología en la Universitat Autònoma de Bellaterra (UAB) y Marta, Filología Anglo-germana en la Rovira Virgili (URV), de Tarragona. Ambas eran brillantes y queridas en sus ambientes familiares (Tarragona y Cambrils) y por sus amigos. Habían decidido quedarse unos días más en Alemania y acudieron a la magna concentración musical, que otras ciudades germanas rechazaron en años anteriores, dadas las exageradas concentraciones. Los hechos que sucedieron en Duisburgo costaron la vida a más de veinte jóvenes, como las de las dos jóvenes catalanas, y heridas más o menos graves a unos quinientos. El espectáculo de la concentración juvenil nos hizo pensar en la manifestación que se produjo en Barcelona como protesta por la resolución judicial contra el Estatut y otras razones que ahora no vienen al caso. Pero, fueron un millón y medio o cuatrocientas mil personas (en este último evento), se habían tomado múltiples protecciones: despliegue de fuerzas policiales, incluso en el interior de la manifestación; vigilancia de la misma organización; calles adyacentes que permitían múltiples salidas y entradas laterales; curso de la marcha con extrema lentitud; punto final anunciado y disolución rápida aun antes de culminarla. Y en ella participaron jóvenes y también familias enteras con niños.

Pese a ello, siempre existe cierto riesgo ante los movimientos masivos y las precauciones parecen pocas. La «Love Parade» era una concentración juvenil que pretendía disfrutar de la música, la noche, la cerveza –que corre en tales acontecimientos con abundancia–, el baile y la evasión. Los jóvenes universitarios no deben entenderse tan sólo como sesudos estudiantes dedicados en todo tiempo a sus libros. La edad, por sí misma, conlleva la necesidad de diversión, de alboroto, de encontrarse y reencontrarse en grupo. El problema de tales acciones es su carácter masivo. ¿Qué atraerá a tantos jóvenes a elegir la masa: la música? Determinados grupos pueden llenar estadios o espacios abiertos, aunque sin alcanzar un carácter tan problemático. La organización de Duisburgo no tuvo en cuenta los peligros de la masa de jóvenes en un lugar inadecuado. Ha renunciado, visto lo acaecido, a organizar nuevos encuentros. Tal vez Ortega y Gasset hubiera tomado estos hechos como parte de su argumentario, pero las masas de Ortega eran escasas en número y no sólo juveniles. Los peligros que observaba Ortega eran intelectuales y respondían a la oposición ideológica minoría/masa. No es que en su tiempo resultaran extrañas otras manifestaciones masivas, aunque de carácter ideológico. Pero lo que caracterizaba a «Love Parade» era su naturaleza juvenil. ¿Es que los jóvenes de hoy son más inconscientes que los de otras épocas? No lo creo. Hay una serie de circunstancias que favorecen sus desplazamientos, su sentido lúdico de la vida, una sociedad permisiva, un bienestar generalizado que ignora la crisis, cierta ausencia de responsabilidades y el hedonismo de la sociedad que les tolera casi todo y, a la vez, les admira.

La juventud de las sociedades del bienestar, decimos no sin razón, está mejor preparada que la de etapas anteriores, pero quizá con menos responsabilidades y una protección familiar hasta extremos antes inimaginables –por lo menos, en ciertos estratos sociales– les lleva a un gregarismo sin precedentes. La escasa natalidad europea y el mestizaje natural que se da en los países ricos de la Unión Europea revalorizan el papel de una juventud prolongada. La mayor parte de los reclamos publicitarios están protagonizados por jóvenes, a quienes envidiamos por su belleza, su musculatura, su piel sana, su espíritu deportivo. La sociedad adulta pretende rejuvenecerse y hasta la infancia tiende a reproducir modelos juveniles que, por edad, aún no le corresponden. La supervaloración de la juventud reafirma también su inmadurez. Un joven maduro se entiende casi como contradicción. Se le considera aburrido, carente de interés. Pero hay algo más que atrae a los jóvenes entre sí. El nombre mismo de la concentración, «Love Parade», resultaba un signo, un reclamo oportuno. Porque lo que buscan los jóvenes es el descubrimiento amoroso. ¿Puede encontrarse entre la multitud? La juventud es partidaria del azar. El descubrimiento de la pareja no deja de ser azaroso; de ahí, el índice de fracasos. El joven decide y elige perderse entre una masa desconocida. Pero el comportamiento de las masas en circunstancias no controladas nos resulta todavía ignorado. Sus movimientos no se diferencian mucho de los de otros grupos animales. Se generan pánico, avalanchas, deshumanización, se desprecia la vida del otro, triunfa la ley del más fuerte. Conviene, pues, tomar precauciones. La tragedia de Duisburgo debería llevar a los psicólogos sociales a alcanzar conclusiones extrapolables.