Libros

España

Tenebrismo satírico español por Francisco Nieva

La Razón
La RazónLa Razón

Como artista de profesión, pienso que no hay mejor evasión que el arte. Lo mismo que un fraile de la Trapa cree –y con mucha razón– que no hay mejor evasión que Dios. Yo no soy un predicador, sino de lo mío, de lo que creo que sé y pueda trasmitir a mis lectores. Por ejemplo, cómo el arte y el pensamiento español han sabido juzgar y asumir a su país, sus circunstancias históricas y sociológicas, y en qué términos «lo ha sentenciado». España es así y no hay vuelta de hoja. Y voy a hablar de los que considero mis maestros, a los que he querido imitar y seguir su ejemplo en cada momento. Ellos han sido mi gran alimento espiritual –como aún lo son para multitud de personas en el mundo– y mi opinión no es otra que la suya. Opinión que le costó ocho años de cárcel a uno de los preclaros ingenios que voy a citar, entre otros, que sufrieron el exilio y el desarraigo. Como no tengo ganas de meterme en líos, no la voy a exponer en toda su radical crudeza. Remítanse a esos clásicos y lo verán y entenderán muy bien.

España carga ya con una «leyenda negra», que nos tacha de crueles, fanáticos e indolentes. Sin embargo, no resulta difícil «sacarle los colores» a cualquier país y poner en evidencia su historia negra. Todos los viejos imperios la tienen. España lo ha sido y con una particularidad muy notable. Veamos: el arte y el pensamiento españoles se han hecho muy conscientes de su negrura, incluso en sus momentos de mayor influencia en el mundo. Desde Quevedo a Ortega y Gasset, desde Goya a Luis Buñuel, desde Valdés Leal a Gutiérrez Solana, nuestra negrura particular ha sido asumida, reconocida, criticada, satirizada, ironizada y «estilizada» con extremo talento y un profundo atractivo dialéctico. «Los sueños» de Quevedo, «los caprichos» de Goya, los «esperpentos» de Valle-Inclán, la películas de Luis Buñuel, arbolan una superación y aprovechamiento intelectual y artístico de nuestra negrura tradicional. Un largo catálogo de valores filosóficos, pictóricos y literarios que marcan uno de los perfiles más destacados de la cultura española en general. El «tenebrismo satírico y fantástico» de cuño español. Todo eso viene a resultar un alto ejemplo de cómo sacar «de la necesidad virtud».
Para mí, dicha leyenda no es un baldón, sino al contrario, una fuente de inspiración. Yo he nacido y me he criado en esa supuesta «España negra», y la miro como algo que me es connatural y familiar. La llevo en la sangre. Sobre todo, si atiendo a las impresiones más inefables de mi infancia, en un castizo pueblo de la Mancha: Ante los entierros, las misas, las procesiones, los nazarenos, las corridas de toros, las enlutadas beatas, los santos, los curas, los guardias, el miedo, la risa, el estupor, la complacencia, la ensoñación... Y el disparate surrealista. ¿Cuál sería la primera impresión de Buñuel niño ante los tambores atronadores de Calanda, «el trueno bíblico» de Aragón?

Yo me precio de ser un dramaturgo surrealista de lo más castizo y conservador. Porque somos la cultura más premonitora y practicante de una de las vertientes más exitosas e influyentes del arte: el surrealismo. No tenemos más que comprobar que «la Edad de Oro» y «El perro andaluz» se siguen proyectando en todas las cinematecas del mundo. Me siento «surrealista y español» de nacimiento y condición, como Valle-Inclán se consideraba «católico y sentimental». ¿Somos plenamente conscientes de que el surrealismo es «la Internacional del arte»? ¿Que estamos muy por encima de partidismos políticos, venturas o desastres locales, que así como los grandes maestros del surrealismo clásico y vernáculo, ¿quién va a impedirnos que consideremos materia surrealista y kafkiana a Rajoy, a la Merkel, al BCE, a «la prima de Riesgo» y a «la tía de Carlos»? El surrealismo hace mangas y capirotes de todo, para desvelar una verdad interior, tan cruda y tan sorprendente, como la vida misma. Eso hicieron Quevedo, Goya, Buñuel y compañía. El juicio sumarísimo sobre la identidad española, sus errores y sus horrores es, ética y estéticamente, irrebatible. Juicio y opinión a los que me sumo férvidamente. Una bella muestra de que seremos legendarios, crueles y negros, pero no fáciles de engañar, ni de engañarnos a nosotros mismos.