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Sin calefacción

La Razón
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Leo un informe de la Cruz Roja y siento escalofríos. De 2008 a aquí ha aumentado un 120 por ciento el número de personas que necesitan asistencia social. La mayoría son nuevos parados, inmigrantes y mujeres maltratadas. Hay muchas más personas viviendo en la calle que hace unos años. Verán, yo realizo con la asociación Caídos del cielo un taller de teatro con gente sin hogar y es cierto que ha cambiado mucho el perfil de los integrantes. Ahora, los «sin trabajo pagado» son más. Antes, los que tenían adicciones, es decir, problemas psicológicos graves, eran los más vulnerables. Vulnerables a la caída en picado, a la marginación, al invierno sin calefacción. Todos ellos, sin embargo, por una u otra causa, viven sin hogar. Porque un hogar es mucho más que un techo. Es tener un cobijo que te proteja de las fieras. Que te dé calor humano para ti. Calor mecánico en el invierno frío, también. Algunos de mis alumnos del taller tienen habitación, viven en albergues o en cuartos de pensión, alguno incluso, en su piso alquilado, pero casi ninguno tiene cariño, compañía, comprensión, solidaridad… Es cierto también que entre la gente no excluida socialmente hay mucha soledad a veces, mucha pena que se pone de manifiesto en estas fiestas. Pero al menos estos pueden encender la calefacción de su vivienda. Yo sigo pensando que si no cambiamos de rumbo y humanizamos el sistema, el mundo acabará siendo un bloque de hielo resquebrajado. Que no, compañeros, que no es la moneda lo que más se necesita, que por mucho que coticemos en el mundo mundial lo que necesitamos es calor. Calor de dentro hacia fuera.