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En la cola de Cáritas por J A Gundín

La Razón
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Ante una cola de Cáritas, la sobada liturgia sindical de estos días sólo es un desfile de máscaras, mera antología de muecas impostadas. España es un país con un millón de cadáveres imberbes, pero la vanguardia obrera peina canas y flamea banderas de alcanfor. Aquí huele a estafa. Con una legión de jóvenes desahuciados lo que se propone como solución es ampliar los cementerios y meter en nómina a los sepultureros, cuando lo decente sería explicarles qué se hizo con la herencia del abuelo. Recapitulemos y hagamos justicia a la memoria: de aquella gente templada a fuego que se echó sobre los hombros cuarenta años de posguerra salió un país digno y orgulloso, con la autoestima restablecida a fuerza de coraje. Gracias a todos ellos, en treinta años se progresó más que en trescientos. Heredaron el siglo XIX y legaron el XXI. Sus hijos pudieron estudiar y trabajar según voluntad y mérito, comprar un pisito con nevera, lavadora y televisión, tener coche y asistencia sanitaria gratuita, vacaciones en la playa y pagas extra, libertades y derechos… A su vez han tenido hijos. Y por ellos pasaron los años, varios gobiernos socialistas y una revolución tecnológica. La vida, en suma, les ha sonreído. Pero lo que empezó como una «movida» de fiesta inextinguible llamando a las puertas del cielo ha terminado como una parada funeral. La brillante generación se ha fundido el legado del abuelo y ha dejado en la calle a sus vástagos. Sin trabajo, sin Estado del Bienestar, sin posibilidad de superar a sus padres y sin sueños. Un millón de hijos avejentados y estafados llamando a las puertas de Cáritas. Mientras tanto, los sindicalistas queman colesterol agitando pancartas y añoran los días en que la lucha de clases no padecía de la próstata.