Literatura

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El capitalismo del sexo

Dos ensayos, «Eros, la superproducción de los afectos», de Eloy Fernández Porta, y «Pornotopía», de Beatriz Preciado, abordan la incapacidad de lograr la felicidad en una sociedad sin tabúes sexuales.

Hugh Hefner, fundador de «Playboy», cuya figura se examina en estos libros, en la Bolsa de Nueva York
Hugh Hefner, fundador de «Playboy», cuya figura se examina en estos libros, en la Bolsa de Nueva Yorklarazon

Superados los viejos tiempos ascéticos de los placeres prohibidos, pareceque nuestra cultura es la primera en sentirse culpable por no disfrutar de ellos lo suficiente. En realidad, nuestro problema en la actualidad no es ya que la gente se sienta culpable por transgredir prohibiciones, sino por no transgredirlas lo bastante, por ser incapaz de gozar y responder al imperativo del goce y la presunta autorrealización sexual. 

Ahora bien, la paradoja está servida: desde el momento en que se nos exhorta a gozar sin tapujos, ¿no se vuelve el sexo un deber más insidioso que cualquier imperativo moral? De ahí que el mejor símbolo de nuestra época, como ya ha recordado Žižek, sea esa píldora llamada «viagra». Una vez que ésta se ocupa automáticamente de tu erección, ya no hay excusa: tienes que disfrutar del sexo… ¡Y si no lo haces sólo puede ser por tu culpa!Ideología afectivaAnte este telón de fondo cabe comenzar a entender la compleja transformación del tradicional capitalismo burgués, severo y disciplinario, en un capitalismo impúdicamente se-xual, biopolítico, así como la necesidad de cartografiar con instrumentos su nueva ideología afectiva. Este es el principal objetivo de los dos brillantes ensayos de Eloy Fernández Porta y Beatriz Preciado, último Premio Anagrama de Ensayo y finalista del mismo, respectivamente.

Allí donde el primero de ellos, «Eros, la superproducción de los afectos», disecciona en virtud de una mirada sociológica más bien impresionista la lógica del aprendizaje sentimental de nuestro tiempo, la segunda, apoyada en la sensibilidad espacial de Foucault, centra su atención en uno de los laboratorios sexuales más singulares y polémicos del siglo veinte: el universo «Playboy», esa Disneylandia para adultos que, para Preciado, es la gran metáfora del vigente «capitalismo caliente» y de su imaginario arquitectónico doméstico.A partir del esquema de un poder biopolítico centrado en la producción y maximización de vida e indiferente a la represión o coerción de los cuerpos, en «Pornotopía», por tanto, se describe la aparición del «parque temático» de «Playboy» como un microcosmos crucial en la transformación del régimen disciplinario en «farmacopornográfico». En este sentido Preciado analiza la figura de Hugh Hefner como la de un arquitecto-gurú muy consciente de los cambios estructurales que se estaban produciendo en la sociedad de masas norteamericana durante los años cincuenta. «El éxito de "Playboy"consistía en situar al frustrado lector masculino suburbano americano, todavía participante en las lógicas de consumo y el ocio de la economía de posguerra […] en la posición de jugador, dándole por un momento la posibilidad de gozar de la transgresión moral para invitarle, después, a retomar su vida de ciervo trabajador y volver a su casa y a su césped».Monstruos Los dos ensayos ahondan en las líneas de investigación de sus libros anteriores: «Afterpop» y «Testo Yonky», y comparten muchos referentes: su alergia al humanismo, una sintomática predilección por los escenarios de la «baja cultura» y sus soportes, una llamativa libertad estilística nada académica, una cierta sensibilidad «pop», «menor», a los productos culturales, pero, sobre todo, una gran curiosidad por el nuevo capitalismo sentimental y sus monstruos. Preciado y Fernández Porta parecen estar también de acuerdo con el escritor J. G. Ballard. En el pasado presuponíamos que el mundo exterior era la realidad y el mundo interior de la mente, con sus sueños e ilusiones, el dominio de la fantasía. Hoy de algún modo esos papeles se han invertido: la ficción satura de cabo a rabo los medios de comunicación y cada vez parece más borroso o, cuando menos, barroco el viejo concepto de «lo real».

Por otro lado, las imágenes de los medios de comunicación implican la negación del principio de realidad y su peso. Hemos entrado en cierto modo en una cultura que se edifica cada vez menos ingenuamente sobre verdades visibles, donde la objetividad tiene menos fuerza que la suposición, el medio que el mensaje y el mapa anticipa el territorio. Especialmente interesante aquí es el análisis realizado por Fernández Porta en relación a la «producción de la falta» dentro de nuestro sistema de consumo. Lejos de ser un islote de libertad y de resistencia, la relación amorosa es para él el lugar donde confluyen las mayores determinaciones: de género, de clase, discursivas o económicas. Unas determinimaciones que resultan tanto más poderosas en la medida en que tratamos de luchar contra ellas apelando a sentimientos puros. La paradoja es que es «justo ahora, cuando la subjetividad y sus expresiones están más codificadas y previstas, cuando emergen con más fuerza los discursos que hablan de la liberación de las pasiones».Carta blancaSe nota que tanto Fernández Porta como Preciado son miembros de una generación más reciente, mucho más lúcida, incluso hasta fascinada, con respecto a la función de los «medios», y que ya no puede sino sonreírse ante el ingenuo sueño de la liberación sexual de los sesenta (recuérdense las viejas proclamas contraculturales de Marcuse a favor del «Gran Rechazo» o el estajanovismo orgásmico de W. Reich). Al fin y al cabo, uno de los grandes desengaños de los movimientos contraculturales fue que, en el terreno de la política, hartarse de coitos no daba carta blanca para la emancipación. En la estela del análisis de escritores como Houellebecq, ambos en cambio parecen coincidir en que la liberación sexual, a pesar de haberse presentado como un húmedo sueño comunitario, en realidad también era un nuevo y sutil escalón en la progresiva escalada histórica de un individualismo atomizado, obsesionado por el consumo.