Congreso Extraordinario del PSOE
El día de la revancha por J A Gundín
Admitamos lo evidente: los debates electorales están sobrevalorados y los pugilatos cuerpo a cuerpo exudan la sospecha del tongo, gane quien los gane. Aunque los adornemos de milagrosas virtudes democráticas, duelos como el de anoche entre Rajoy y Rubalcaba se justifican, sobre todo, como exigencias de la política-espectáculo, donde brillan más los efectos especiales que las luces de la razón. Su función es encandilar al público, no abrirle los ojos a la verdad y el conocimiento, de ahí que el aplauso casi nunca vaya parejo con el buen juicio. A las pruebas me remito: 21 de febrero de 2008, debate Solbes-Pizarro. Las encuestas dieron el triunfo por k.o. al vicepresidente socialista, que al día siguiente fue recibido en el Consejo de Ministros con vítores y trompetería triunfal como si viniera de conquistar las Galias. Hoy, sin embargo, ya ni siquiera los palmeros de Solbes dudan de que fue Pizarro quien tuvo la razón y la clarividencia de advertir la llegada de la crisis. Su voz, sin embargo, se perdió en el desierto y el pueblo soberano prefirió correr en pos de un Gobierno que tres años después deja el país al borde del rescate. Otro ejemplo: 31 de mayo de 1993, segundo debate González-Aznar. Acorralado contra las cuerdas a seis días de las elecciones, el presidente socialista echó mano de los fuegos artificiales, oscureció al berroqueño candidato del PP y deslumbró al electorado con la labia florida del feriante. Quien tenía razón era Aznar, pero su voz se la llevó el viento y lo que vino a continuación fueron los tres años crepusculares de González agusanados de corruptelas, ruina moral y empobrecimiento general; el paro superó el 22,7%, la Seguridad Social quebró y las puertas del euro se cerraron para aquella España en derribo. No sé cuál será el veredicto popular sobre el cara a cara de anoche, pero ni falta que hace: el combate tuvo el sabor de la revancha largamente acariciada y en cada golpe de Rajoy a la descarrilada mandíbula de Rubalcaba se adivinaba el desagravio a aquellas memorables veladas de 1993 y 2008. Así que, al margen de lo que digan hoy las encuestas, quien ganó ayer, antes incluso de que empezara el combate, fue Manuel Pizarro. Y quede para la memoria el agónico braceo del candidato socialista, en cuyos ojos brillaba la fatiga de pelear con cinco millones de parados atados a la espalda.
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