Bruselas

Un cierto olor a pólvora por J A Gundín

La Razón
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Admitamos que como metáfora del país, el accidente de Froilán tiene la carga expresiva de un disparo a quemarropa: directo, fulminante e inapelable. El frenesí reformista del Gobierno de Rajoy alcanza ya tal intensidad que el ciudadano no acierta a distinguir si es una cura de caballo que nos devolverá la salud o es un tiro en el pie que nos sentará en una silla de ruedas. Hay demasiado ruido de fusilería para discernir con sosiego. Los ministros transpiran ansiedad y a veces se atropellan como niños a la salida del colegio. Los burócratas de Europa fustigan y gruñen como suegras: nada les parece suficiente ni bien hecho, exigen una cosa y la contraria, que no comamos pero que engordemos, que sorbamos y que soplemos a la vez. Sarkozy y Monti nos señalan como a leprosos, Merkel ha cambiado La Gomera por Ischia para sus escapadas conyugales y los especuladores se ceban con la prima. La guinda la pone Rubalcaba, que cuando ladea la cabeza y se soba las manos con unción frailuna es que ha olido sangre y empieza a salivar.

Pero a lo que huele el aire es a fiambre y a pólvora, que siendo del rey la han quemado por toneladas las comunidades autónomas sin que ningún gobierno de la nación les pusiera coto ni cepo. De ahí que Bruselas nos haya enviado a los forenses de la contabilidad analítica para hacerle la autopsia al cadáver exquisito del Estado de las Autonomías. Y, como en el monólogo de Gila, han empezado el interrogatorio por el tercer grado: «Aquí alguien ha matado a alguien». Incluso Montoro se ha sumado a las pesquisas y ha dado de plazo hasta junio para que se entreguen los culpables, menudo carácter el del ministro. Se acercan días de gloria para el gremio de los inspectores: Bruselas los envía a Madrid, Madrid comisiona a los suyos a las capitales autonómicas y los virreyes regionales despacharán a sus más fieles sabuesos a las provincias... Así hasta que den con el dueño del zapato que nos aprieta a todos, ese Ceniciento sobre el que cargar las culpas del desastre. Por fortuna, siempre nos quedará Esperanza Aguirre para desnudar a los impostores y agitar un debate político gallináceo y ramplón. Lo mejor de su retórica, cargada de sustantivos altamente explosivos, es el efecto que produce en la izquierda circular, a la que provoca catalepsias espamódicas con profusión de espumarajos e insultos. A diferencia del Gobierno de Rajoy, que adolece según dicen de un «relato político» capaz de explicar la utilidad de tanto recorte, a Esperanza Aguirre se le entiende todo. Tal vez porque hace tiempo que se sacudió el tórpido complejo de la derecha a hablar en derechura y a actuar en consecuencia. Unas veces da en el blanco y otras dispara al aire, pero nunca será por falta de puntería o de firmeza en el pulso.