Literatura

Literatura

Retención de orina

La Razón
La RazónLa Razón

He decidido escribir esta columna mientras hago esfuerzos para contener la orina después de un día de angustiosas discusiones personales. Cuando yo empecé en esto, un veterano redactor jefe me dijo que la diferencia entre el periodismo y la literatura era que se trataba de dos maneras distintas de ir al baño y que la tensión del reportaje puntual y perentorio se malograba si el redactor se levantaba al retrete en el momento en el que hubiese cogido la carrerilla de la que se supone que suele salir la sinceridad bautismal del periodismo. Es cierto que por lo general el carácter de un hombre sufre alteraciones cuando contiene las ganas de mear y se relaja después de ir al baño. También parece comprobado que la contención de la orina impide la reflexión, lo que significa que la escritura será en teoría más espontánea, aunque eso suponga que pueda resultar también en cierto modo irracional. En el ambiente turbio de los locales de alterne comprobé muchas madrugadas que los hombres se ponían muy nerviosos cuando se corría la voz de que estaba atrancada la puerta del baño. Mi amigo Manolo Rifón, que regentaba un club de carretera, me contó que las peores peleas se habían registrado en su local protagonizadas por hombres que meaban poco, de modo que cuando veía a un tipo irascible, se le acercaba y le susurraba al oído la conveniencia de que corriese al baño antes de que tuviese que sacarlo a golpes hasta la calle. Aquel veterano redactor jefe no fue en absoluto un periodista brillante. Dicho lo cual, acabaré mi columna e iré al baño. Nunca estuve seguro de que la orina determine el carácter, ni sea fundamental para la sintaxis. Lo cierto es que a veces el gusto de escribir no es en absoluto comparable al placer de mear.