Sociedad

Una carrera en las medias

La Razón
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Aquella amiga mía llevaba varias semanas tonteando de madrugada en El Corzo con un viejo profesor de latín que se había separado de su mujer meses antes. No era un tipo que destacase por nada. Incluso en una ciudad deshabitada podrías encontrarte a varias docenas de tipos como él. Yo intimé muchas noches con él y sé que sólo era ameno cuando callaba. Mi amiga se había hecho mayor sin que en su vida hubiese nada que fuese más masculino que el ojo de la cerradura. «Necesito en casa a alguien que haga ruidos nuevos, cielo –me dijo– porque, ¿sabes?, he dejado pasar el tiempo, me hice mayor sin remedio y hasta me entra pudor al ponerme los supositorios de la tos». Creyó que aquel hombre era una oportunidad para darle un giro a su existencia. Una madrugada lo invitó a que la acompañase a casa. Él aceptó sin mucho entusiasmo. No era lo que se dice un tipo lanzado, resuelto, directo, la clase de hombre del que una mujer pueda esperar al menos el estímulo de una mirada perversa. Como ella lo contó, «subimos al piso, se sentó en la sala y le dije que iba a cambiarme de ropa para estar más cómoda. Le serví café para que estuviese alerta. Él me hablaba de la Guerra de las Galias mientras me desvestía con la puerta abierta. Entonces comprendí que aunque sus pies estaban a pocos pasos de los míos, nuestros deseos distaban siglos. Le llamé para que me ayudase con la cremallera del vestido, que dejé caída adrede a mitad de la espalda. Vino y el muy idiota me ayudó a subirla del todo. ¿Podrás creerlo? ¡Le había llevado a mi casa para pasar peligro y resulta que me estaba protegiendo!». No hubo mucho más que contar. Mi amiga estaba desolada: «Mi madre me enseñó que en la vida una mujer tiene que relacionarse con hombres que sean caballeros. A mí, el maldito profesor de latín me pareció desde el primer día un caballero, pero, ¿sabes?, tenía cierta esperanza de que realmente no lo fuese. Aquel tipo tenía un caracol entre las piernas, amor. No he vuelto a saber de él, ni falta que me hace. Mi madre estaba equivocada. Habría preferido dar con uno de esos tipos que te estremecen con sólo meter su mano en tu bolso. Ni siquiera me habría importado que después de una noche de lujuria un hombre así me hubiese abandonado. En realidad, cielo, ahora sólo encuentro interesantes de madrugada a los hombres que convierten tu sonrisa en una carrera en las medias».