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Piano con cirrosis por José Luis Alvite

La Razón
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Soy un gran aficionado al fracaso y tengo bastante experiencia. Me gustan las historias que salen mal porque me producen sensaciones estimulantes para escribir, del mismo modo que en caso de estreñimiento me ayudan las ciruelas a ablandar las heces. Además de propiciar la masturbación, la soledad fomenta las ideas. Por eso he llegado a la conclusión de que así como los hombres tristes tocan el piano, la gente feliz sólo se interesa en la pandereta. Tengo pocas dudas respecto de que el Arte nos produce felicidad gracias a ser con frecuencia el hijo póstumo de la tristeza.

A una amiga mía que convalecía de un reciente fracaso sentimental le dije que «ese nudo en el estómago será algo pasajero. Si un niño supera la orfandad, no hay razón para que no supere un adulto cualquier fracaso sentimental. Se trata sólo de esperar a que se cruce en tu camino una emoción con la que no contabas. La vida te espera con nuevas oportunidades. Siempre aparecerá una trucha entre la mierda que arrastra el río». También le dije que yo era feliz con independencia de que me hiciesen daño los fracasos. «Soy feliz cuando me van las cosas bien, pero lo soy así mismo cuando en los malos momentos recuerdo con nostalgia los buenos tiempos. Cuando a un hombre le falla la esperanza, le queda el maravilloso recurso de la memoria». Ella insistió en hacerme ver la horrible dimensión de su hundimiento emocional y yo quise que comprendiese que así como las mujeres son muy maduras para el disfrute del amor, son muy adolescentes para la administración de su fracaso. Los hombres llevamos mejor los reveses sentimentales. En el caso de que no seamos capaces de cambiar de pareja, lo resolvemos cambiando de ginebra. Por eso a mi amiga le dije que «así como a las mujeres el fracaso les causa desamor, a los hombres les produce cirrosis».