Emiratos Árabes Unidos

Pakistán el último refugio de Al Qaida

Con la mirada puesta en Afganistán, la frontera con el país vecino ha pasado inadvertida hasta convertirse en el lugar donde se esconden los terroristas islamistas. Pakistán practica un doble juego con Estados Unidos 

Paquistaníes quemanla bandera americana
Paquistaníes quemanla bandera americanalarazon

El historiador inglés Eric Hobsbawm afirma que el siglo XX finalizó con la caída del Muro de Berlín; otros podrían plantear que el 11 de septiembre de 2001 fue el día que marcó el comienzo del siglo XXI. El derrumbe de las Torres Gemelas en Nueva York provocó el colapso del imperio más poderoso del mundo. Washington apuntó con el dedo al millonario saudita Osama Ben Laden y a su organización terrorista, Al Qaida, como culpables de la masacre, y prometió devolverle el golpe.

Con el apoyo incondicional de las potencias occidentales y también de Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Pakistán, que cortaron sus lazos con los talibán, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó la intervención militar a Afganistán. El régimen talibán se había negado a aceptar las cuatro exigencias formuladas por el Gobierno de Estados Unidos: entregar a Ben Laden; el cierre de los campos de entrenamiento de Al Qaida; permitir inspecciones internacionales, y la liberación de ocho cooperantes internacionales.

Amparado por Naciones Unidas y con un cheche en blanco, Washington ordenó a sus Fuerzas Aéreas bombardear Afganistán el 7 de octubre de 2001. Así comenzó la «cruzada contra el islam» de George W. Bush, bautizada como «Libertad Duradera».

La Administración Bush, en principio, falló en su primer objetivo: capturar o eliminar a Ben Laden; pero logró hacer caer en unos meses al emirato islámico de Afganistán. El fallido intento de captura del líder de Al Qaida en la operación militar de EE UU en las escarpadas montañas de «Tora Bora» en diciembre de 2001 abrió la caja de Pandora. Ben Laden y otros dirigentes de Al Qaida, así como miles de sus combatientes, escaparon por la porosa frontera con Pakistán, y desde Kandahar el «emir al-muminin», como se apoda el mulá Omar, y la cúpula talibán huyó hacia el país vecino.

El olvido de Pakistán
A la comunidad internacional, con la mirada fija en Afganistán, le pasó desapercibida la amenaza de Pakistán. Todos los esfuerzos fueron para Afganistán, como el envío de un enorme contingente de fuerzas internacionales al país. Washington confiaba en que el pacto con el general Musharraf en la guerra contra el terror iba a traer garantías.

Sin embargo, las ingobernables áreas tribales paquistaníes sirvieron de santuario a Al Qaida y sus aliados insurgentes. Aparte de prohibir las actividades de algunos grupos armados paquistaníes, que simplemente cambiaron de nombre para seguir actuando, y una campaña agresiva de detenciones ilegales de «sospechosos» de vínculos con Al Qaida, el ex general Musharraf y los todopoderosos servicios secretos paquistaníes (ISI) no se tomaron más en serio este asunto. «Tomando ventaja del inhóspito terreno y la porosidad de la frontera, los milicianos de Al Qaida, de diferentes etnias y nacionalidades, se reagruparon y afincaron en las áreas tribales fronterizas de Pakistán», afirma el analista en defensa Imtiaz Gul, autor del libro «Las conexiones de Al Qaida».

Mientras Islamabad recibía cientos de millones de dólares de EEUU para la lucha antiterrorista, Musharraf hacía un pacto político con cinco grandes partidos islámicos para asegurarse la victoria electoral en 2004 y replegó al Ejército paquistaní de la región de Waziristán, dejando libertad de movimiento a los insurgentes.

Centros de entrenamiento

Bush hizo la vista gorda y el ex general golpista aseguró que «entregaría a los altos mandos de Al Qaida y al propio Ben Laden si es que se encontraba en Pakistán». «Grandes sumas de dinero procedentes del exterior entraron en la región de Waziristán a cambio de que se mantuvieran las bases y centros de entrenamiento de Al Qaida», asegura Gul, que se entrevistó en 2004, en Wana, con un influyente líder local, Khan Malik Bakhan, de 71 años, conocido por haber sido anfitrión de Al Qaida.

El terror se afincó en Pakistán y Ben Laden siguió a sus anchas, pactando nuevas alianzas con movimientos extremistas y abriendo nuevas franquicias de Al Qaida en el mundo, que también le declaró la «guerra santa» a Musharraf en 2007. Desde entonces, unas 4.400 personas han muerto en cerca de 500 ataques perpetrados por los insurgentes. «Las áreas tribales paquistaníes se han convertido en la cantera de reclutas suicidas de las que se nutren los grupos terroristas y es imparable», advierte el experto paquistaní, antes de agregar que son grupos mejor preparados y cada vez más sofisticados, como el movimiento Tehrik-e-Taliban Pakistán (TTP), o Lashkar-e-Taiba (LeT), autor de la masacre de Bombau en 2008, capaces de atentar contra EE UU y Europa.

La mayor amenaza

La red Haqqani, que tiene sus bases en Waziristán del Norte, pero opera en Afganistán, se ha convertido en una amenaza incluso mayor que los talibán para las tropas extranjeras destacadas en suelo afgano. El Gobierno de Estados Unidos continúa presionando a Pakistán para que lance una ofensiva militar en Waziristán. Ante la negativa de Islamabad, la CIA comenzó su belicosa campaña de bombardeos con «drones» en las áreas fronterizas.

Desde 2004, los aviones espía estadounidenses realizaron 291 ataques en Pakistán, causando la muerte de 2.292 a 2.863 personas, de ellas al menos 385 civiles, y entre 164 y 168 niños, aunque es probable que el número real de civiles muertos en los ataques pueda alcanzar 775 personas, denuncia el abogado paquistaní, Mirza Shahzad Akbar.

Tanto Musharraf como el presidente Asif Ali Zardari y su gobierno han permitido los ataques de aviones no tripulados de la CIA en suelo paquistaní, aunque lo hayan criticado después para contentar a la opinión pública paquistaní. El Gobierno paquistaní lleva una década jugando a «un doble juego» con EE UU como se ha descubierto ahora con la operación estadounidense en Abbottabad, que acabó con la vida de Ben Laden en mayo, y de su número dos, el libio Atiyah Abd al Rahman, el 22 de agosto en un ataque con drones en Waziristán.

La relaciones entre Washington e Islamabad atraviesan la peor crisis de su historia: una pérdida total de confianza. Aún cuesta creer que las autoridades paquistaníes desconocieran que el líder de Al Qaida se hubiera afincado en el país y viviera tranquilamente con sus mujeres e hijos.

Una década de lucha contra el terrorismo islámico ha culminado con la eliminación de Ben Laden por EE UU. Ahora, la Administración Obama tiene los ojos puestos en la retirada de Afganistán, pero, ¿qué pasará con Pakistán, que sigue dando cobijo a terroristas de Al Qaida y sus aliados?