Europa

Estados Unidos

El corazón y la próstata

La Razón
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Si uno se deja llevar por la suspicacia, será hasta cierto punto lógico que piense que los países occidentales demoraron la intervención en Libia para dar tiempo a que Gadafi recupere terreno y arbitrar luego una solución de compromiso que satisfaga en lo posible por igual al dictador y a los rebeldes. Es lo que suele ocurrir cuando entran en conflicto las razones humanitarias y los intereses económicos. Yo no estoy muy seguro de que los Estados Unidos hayan entrado en regresión como potencia indiscutible, aunque la actitud condescendiente del presidente Obama podría ser el alarmante indicio de un repliegue hacia posiciones menos impulsivas, es decir, menos resueltas, también, seguramente, más cobardes. Del mismo modo que ocurre con las personas, también los países pasan su adolescencia y envejecen, con todo lo que eso significa de pérdida de entusiasmo, de arrojo, de audacia, virtudes sustituidas por las dudas, la contemporización y el miedo. Traducido a cierto simbolismo, eso significaría que los norteamericanos han pasado definitivamente de la silla de montar, al sofá, y eso quiere decir que el Pentágono ha perdido influencia respecto de los tesoreros de las finanzas, y que en el caso de la brutal arremetida de Gadafi contra su propio pueblo, los pilotos de la US Navy no harán nada que antes no hayan decidido en sus oficinas los fondones contables de Washington D. C. De ese modo, en el caso norteamericano se consumará una vez más algo que en Europa ya es norma: la dignidad internacional es parte esencial de un negocio económico. Es en los corros bursátiles donde de verdad se ventila la decencia, viejo concepto relegado en este caso al alocado pundonor de los adolescentes, en cuyo ímpetu a menudo irracional suelen encontrar refugio la honradez, el entusiasmo y los sueños. Estados Unidos ha empezado a dejar de ser un país entusiasta e impulsivo y por culpa de imitar a la Europa vieja y pusilánime, lleva camino de convertirse en una nación decepcionante como tantas otras que un día fueron emprendedoras y arriesgadas y son ahora miedosas y balnearias. Al final Gadafi conseguirá un acuerdo geopolítico que le salve la piel con un par de concesiones sin importancia y los países occidentales respirarán con el alivio miedoso de los cobardes. Y los norteamericanos se darán cuenta de que llevan camino de convertirse en la réplica ultramarina de uno de esos viejos países europeos en los que las medidas que antes se tomaban escuchando al corazón, se deciden ahora pensando en la próstata.