Cataluña

El método Galcerán o cómo no bajarse de la cartelera

Jordi Galcerán es atípico, como el éxito. Para empezar, empezó a ganarse el pan como guionista televisivo tras ser reconocido en los escenarios –cuando lo habitual es que los escritores anónimos de ficción televisiva sueñen con ver su nombre en una marquesina–, vive de los derechos de autor –lo que aún es más extraño si te dedicas a la dramaturgia– y, lo que casi no se da entre el artisteo, rechaza la medalla de hombre comprometido.

 
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«El mensaje trasciende al artista. Lo único que quiero es hacer una buena obra de teatro, no pretendo criticar al capitalismo, ni a nuestra sociedad... Lo que ocurre es que para lograrlo tienes que hablar de temas que interesen a la gente», nos cuenta el autor en vísperas de un estreno doble en la capital.

«Sin saltos temporales»
Quizá no reconozcan su cara, ni su apellido, pero dudamos de que nunca hayan oído hablar de su obra cumbre, «El Método Grönholm», que ya se ha estrenado en cerca de 50 países. Ese título funciona como paradigma del teatro «galceraniano»: unidad de acción, de espacio y de tiempo.

Todo ocurre en una única sala en tiempo real. «El teatro es eso. La acción de ser lo más intensa posible. Si introduces muchos escenario y saltos temporales, eliminas un elemento importante de la esencia del teatro, que es, sobre todo,una cosa de actores. Si no se nota que detrás está la mano de un autor, mejor». Al dramaturgo no le escuece la etiqueta de teatro comercial: «Que mucha gente vaya a ver un espectáculo no dice nada malo de él. Hay obras experimentales maravillosas y lo contrario. Lo mismo pasa con las comerciales». Eso sí, a él no le llama la atención dejar su sello en la vanguardia: «No me ha preocupado nunca hacer innovaciones, sino contar un historia. Esto es lo que más me preocupa».

Esbozada su filosofía teatral, insiste en que, «lo que está claro, es que no volveré a tener otro bombazo de público como "El Método Grönholm». Con suerte, puede que escriba una comedia mejor, pero sé que no se repetirá aquel fenómeno». Aunque también es cierto que su frecuente presencia en la cartelera, con otros títulos distintos, se debe a que los productores se frotan las manos con poner en los carteles «del autor del éxito...». Galcerán, extremadamente realista, aunque confirma que ahora le resulta más fácil hacer llegar sus escritos a las manos indicadas, también precisa que «también puede tener el efecto contrario: hay quien sale diciendo de mis nuevas obras que no son tan divertidas como aquella, ni se lo ha pasado tan bien».

Sea como sea, a falta de títulos nuevos del dramaturgo, el teatro Alcázar estrena ahora una pieza antigua, de 1994: «Se puede decir que es la primera que no me salió mal». Siempre apegado a la realdad –la inspiración de «El Método...» fue un recorte de periódico–, «Fuga» surgió de un caso que entonces colmaba los telediarios: un conseller había tenido que presentar la dimisión al descubrirse que un constructor, al que favoreció con licencias, le había construido una casa: «Se trata de alguien que tiró sus carrera política por alicatarse el baño». Un papel que interpreta en el montaje José Luis Gil (siempre recordado por ser el señor Cuesta de «Aquí no hay quien viva). Aunque, fiel a sus principios, el dramaturgo precisa que «no es una obra sobre la corrupción urbanística, sino una comedia de timadores, el juego del cazador cazado. Raya con el vodevil y la farsa. No me permití romper la historia, que es realista y creíble, pero se llega muy lejos».

Ingenuidad
Se abre el telón y vemos al ex ministro –pues el personaje real deviene aquí un antiguo miembro de La Moncloa–, que solicita telefónicamente los servicios de una prostituta (Kira Miró). A su delicada situación política se suma que le acaba de abandonar su mujer. Durante la espera, llama al timbre una vendedora ambulante (Amparo Larrañaga). «Ella le demuestra que la gente sigue luchando incluso en circunstancias más difíciles que las que él sufre –indica Galcerán–. Le hace descubrir algo exótico para él, como es la miseria. Se acaba por enamorar de ella. Y, a partir de ahí, aparece la prostituta y no puede explicarse más de la historia».

Como la comparación parece inevitable, los críticos que han visto esta función aseguran que es un punto más ingenua que «El método Grönholm»: «Quizá por una cuestión temporal, seguro que yo era más ingenuo en aquella época –responde el autor–. En "El Método...", los personajes eran más cómicos, aquí tienen un punto naif. Los protagonistas son inocentes, pero la comedia no lo es. Se trata de una pieza clásica que versa sobre las apariencias, como tantas otras mías. Al final,uno escribe siempre de lo mismo».

«Fuga» supone el reencuentro con Tanzim Townsend, que ha moldeado otras tres puestas en escena de sus textos: «Estoy contento. Al igual que digo que nunca debe verse la mano del autor, tampoco hay que notar la del director. Townsend es siempre lo más fiel posible al público.

No busca los detalles de autoría que sí quieren la mayor parte de los directores». La «regista» británica, afincada en Madrid, también se ha ocupado de textos de Yasmina Reza, otra autora marcada por el éxito con la que Galcerán admite ciertas similitudes: «Es un teatro parecido, cercano al vodevil, de pocos personajes... Traduje al castellano "Un dios salvaje"y me preguntaba: ¿por qué no he escrito yo esta obra? La diferencia es que ella sabe darle a sus textos una pátina intelectual muy francesa, que a mí no me da la gana aplicar a los míos porque noto que es un poco impostado. Lo mismo ocurre con Eric Emmanuel Schmitt, que cree que con incluir unas cuantas frases de Diderot en su vodevil ya está todo hecho», comenta.

También en Broadway

El público francés tendrá la oportunidad de comprobar en breve si Galcerán es capaz de hacer frente a la autora que más exportan, pues «El Método...» se estrena en París el próximo 1 de febrero. Aún habrá que aguardar algo más para ver su título más emblemático en Broadway, aunque ha hecho las gestiones pertinentes, incluso se instaló en la Gran Manzana un tiempo. Logró el compromiso del productor de David Mamet, que finalmente no la subió a escena, y ahora está en manos de otra productora. Admite que no será un paso decisivo en su carrera, pero le hace cierta ilusión: «Es el centro del mundo para muchas cosas y también para el teatro de texto», concluye.


«Palabras encadenadas», el «thriller» a escena
«Palabras encandenadas» también es un texto antiguo del autor, aunque ya habíamos tenido la oportunidad de verlo en escena fuera de Cataluña:
 «Es un thriller, y la gente se ríe mucho. Es algo que no puedo evitar, aunque se trate de una pieza de género, como ésta», reconce Galcerán. No es el último intento que ha hecho el autor por construir un género raro en las tablas:

«Es muy difícil lograr sobre las tablas las sensaciones que obtienen los cinematográficos sin poder usar persecuciones. La mejor manera, en estos casos, es emplear armas teatrales». Celia Nadal y Javier Manzanera protagonizan este montaje de La Ruta, dirigido por Juan Pedro Campoy. Según su director, la función «habla de las relaciones de pareja y de los sentimientos extremos que se producen: deseo, amor, odio, rencor, violencia». La obra arranca en un sótano oscuro done Laura, la protagonista, se encuentra amordazada y atada a una silla, mientras Ramón, que fue su marido, le propone jugar a las palabras encadenadas. Si ella gana, la dejará marcharse; si pierde, le sacará un ojo. Presa del pánico, Laura acepta. He escrito obras que defienden una ideología que no es la mía, por ejemplo ésta, que se tachó de misógina, pero lo hice así porque funcionaba», comenta el autor.

La última obra escrita y estrenada por Galcerán también fue un «thriller», «Carnaval», protagonizado por Nuria González, Víctor Clavijo, Violeta Pérez y César Sánchez. El dramaturgo buscó la tensión entonces narrando el desenlace del secuestro de un niño, cómo no, a tiempo real, desde la comisaría donde se encuentra la madre del desaparecido. Una inspectora, madre a su vez de un niño, se hace cargo de la investigación que el autor aborda con destreza para envolver emocionalmente al público.