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Modernidad y vida

La Razón
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Cada viaje del Papa tiene su significado particular, en virtud de las circunstancias del país que visita, de los objetivos de la Santa Sede y de algo que no es tan sencillo de poner en palabras, como es la presencia de Dios en la Historia, en el tiempo de los hombres. Pronto llegará el Papa a nuestro país para visitar Barcelona y peregrinar a Santiago de Compostela. La visita tiene lugar en medio de una crisis económica que, como algunos supieron ver desde el primer momento, no era un mero ajuste, una simple corrección de los excesos cometidos durante algunos años, hecho lo cual volveríamos a la situación previa sin mayores problemas.Los redactores de la Carta de bienvenida a Benedicto XVI que se presenta hoy en Madrid hacen bien en recordar la crisis moral que subyace a la económica, y que ayuda a entender por qué de esta crisis no saldremos nunca si queremos restaurar lo anterior. Si nos empeñamos en ese proyecto retroactivo, como se ha hecho, en buena medida, desde que se desencadenó todo en 2007, nos habremos instalado para muchos años en la falta de horizonte, el desánimo, el agobio.Probablemente estamos viviendo los momentos finales de un modelo cultural y moral que ha llegado al agotamiento. Uno de sus factores es, precisamente, el proyecto de modernización tal como se ha planteado en buena parte de los países europeos. España, tal vez por la aguda sensación de inferioridad de sus élites, se adhirió a él como si en ello le fuera la vida. Para cumplirlo, se empeñó en negar su propia historia, y buena parte de su identidad y de su cultura. Así que la historia de la modernización de España ha ido ligada a un proceso de secularización, una parodia del modelo francés realizada como si el modelo francés fuera fácil de trasladar y no existiera ningún otro en el mundo. Una parte muy considerable de nuestras élites sigue anclada en estos conceptos, y buena parte de la actual cultura española es deudora del mismo sesgo. Pues bien, hay otros modelos –Estados Unidos por ejemplo– que demuestran que la modernidad no estaba, ni está, reñida con el cristianismo, y que éste a su vez no está reñido ni con la modernidad ni con el pluralismo, en particular el pluralismo religioso.Lo que está llegando al agotamiento es esa voluntad de retirar la dimensión religiosa de la vida de los seres humanos, que es lo que ha caracterizado el proceso de modernización tal como ha sido realizado en nuestro país, como en otros muchos de Europa. El resultado fue el terrible siglo XX y hoy en día, una cultura artificial, espectacular y depresiva a la vez, intelectual sin profundidad, y emocional sin conexión con la vida. En el siglo XX nos matamos unos a otros, hoy hemos decidido dejarnos morir. Eso es lo que esta crisis pone sobre la mesa, y el telón de fondo, particularmente agudo en España, de la próxima visita de Benedicto XVI.