Bruselas
Presupuestos y capacidad de decisión por Santiago Carbó Valverde
El Gobierno aprobó ayer el presupuesto para 2013, que traerá aparejadas más medidas de austeridad. Lógicamente, cabe esperar en los próximos días que diferentes colectivos de ciudadanos y servicios públicos manifiesten su descontento por los sacrificios que comportan. Todos podemos, a buen seguro, tener una opinión más o menos acertada y justificada de qué es más o menos necesario, y todos los elementos de crítica que se viertan en ese sentido deben ser aceptados e, incluso, debatidos. Sin embargo, España se ha adentrado en un terreno en el que es muy importante dudar poco y ser resolutivo en las decisiones.
Algunos antecedentes muy recientes ilustran la situación y las restricciones que vienen impuestas de partida. Para empezar, los presupuestos se deciden de alguna manera en dos niveles. En el nivel superior, existen unos compromisos adquiridos con Bruselas para la consolidación fiscal. Está incluso comprometido un plan bianual con los socios europeos. Hasta ahora, España no ha cumplido con esos objetivos fiscales –de hecho, se han producido importantes desfases– y será difícil que a finales de 2012 no se supere el límite de déficit comprometido para este año. Estos desajustes implican una pérdida importante de poder de negociación. Ahí está, por tanto, el primer y más importante condicionante: hay unos límites establecidos y hay que cumplirlos, incluso aunque estemos convencidos –yo lo estoy– de que los plazos y las condiciones son demasiado exigentes y que comprometen la recuperación y el crecimiento. Europa, tarde o temprano, se tiene que dar cuenta del error de no perseguir una estrategia de crecimiento complementaria a la austeridad, pero mientras tanto sólo puede incrementarse la capacidad de interlocución de España con más credibilidad, lo que pasa por estos sacrificios.
El segundo nivel de decisión se refiere a la distribución de estos presupuestos dentro del Estado. Más que repartir fondos, parece que la única opción es repartir austeridad entre todos los ministerios. Hay que tomar decisiones porque las demoras están costando mucho en términos de reputación y, en ese sentido, unos presupuestos tan austeros son una decisión muy relevante. En cuanto a la distribución, algunos de los recortes podrían haberse atenuado si se hubiera apostado precisamente por tomar algunas decisiones de forma anticipativa. Por ejemplo, simplificar la estructura administrativa del Estado (sin que ello implique ningún cambio en la estructura política). Ese tipo de iniciativas hubiera ahorrado muchos gastos... y problemas, y hubiera servido de ejemplo de que los sacrificios empiezan por la política. También somos muchos los que opinamos que aunque es inevitable que el golpe se distribuya, algunas partidas como Sanidad y Educación son especialmente vulnerables y hay mayor espacio para mejorar la productividad sin tener que reducir tanto el gasto. Y otro tanto en investigación, donde se están produciendo recortes que pueden tener consecuencias muy negativas a medio plazo. En todo caso, es difícil asumir una distribución que satisfaga a todos e, insisto, es importante decidir. Europa ha vuelto a dudar y, con ella, los mercados e inversores. España no puede permitirse las dudas.
Santiago Carbó Valverde
(Catedrático de Economía y Finanzas de la Bangor Business School)
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