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Salud y trabajo por Paloma PEDRERO
No se puede estar sano sin trabajar. Tampoco detestando nuestro trabajo. De ninguna manera haciéndolo mal. Así que nos hallamos en una encrucijada. Por un lado este mundo se ha desarrollado de forma tan torcida que los países más ricos en cosas han dejado en paro a un gran número de sus habitantes. La revolución industrial nos tenía que haber servido para trabajar menos y más a gusto, nunca para que las máquinas nos robaran la faena y la memoria. Hemos construido una sociedad tecnológica y sin ética. ¿Es que acaso son las máquinas contrarias a la moral? No, es el uso que hace el hombre de las máquinas lo que las hace inmorales. Son los individuos avariciosos los que han olvidado que el papel tosco y el metal redondo no dan la felicidad. Todo trabajo bien hecho es digno, el de un pastor de ovejas, el de un cocinero, el de un ama de casa, el de un ministro… Todo trabajo dignifica cuando se hace con conciencia. Conciencia de que es importante para los demás y por lo tanto hay que hacerlo de maravilla. A veces me fijo en la calle cómo barren los basureros, algunos lo hacen primorosamente, otro arrastran la basura de un lado para otro. Y yo pienso: así funciona el mundo, con gente que se esfuerza por hacer que la vida sea más saludable en cada acción de su existencia, y por gente ociosa que siempre tiene una excusa para esparcir basura. Y no depende tanto del tipo de labor que uno haga, en cualquier centro de trabajo los hay minuciosos y manazas, atentos y patanes. No hacer con amor el trabajo de uno es condenarse a la desgracia, porque el que no barre bien su tejado tampoco besará bien a su amado. Y el que no sabe besar quizá es porque no ame. Tenemos que volver a convencernos, y a contárselo a nuestros niños, de que sólo el esfuerzo por hacer lo mejor posible lo que uno tiene en sus manos nos dará la dicha que buscamos. No la del pelotazo ni la máscara ni la fría riqueza de las cosas, nos dará la salud del mundo.
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