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«Que se pudran en la cárcel y soporten su carga»
Víctimas de la Casa Cuartel exigen que no se claudique
MADRID- Han pasado 24 años desde que los 250 kilos de amonal de ETA hicieran saltar por los aires la Casa Cuartel de Zaragoza, el hogar de cientos de guardias civiles. El edificio de ladrillo de cuatro plantas se partió por la mitad a las seis de la mañana de aquel 11 de diciembre de 1987, dejando ver el interior de las habitaciones donde cientos de familias dormían. Con la mirada perdida en el infinito, los guardias civiles, cubiertos de sangre y polvo retiraron piedra a piedra buscando cualquier suspiro de vida. La crueldad se cebó con once personas; cinco eran niños.
En esa fría mañana, la mirada de Pascual Grasa se cruzó con la de los terroristas. Estaba en la puerta del cuartel y detectó el coche bomba. Corrió para dar la voz de alarma, pero la bomba explotó. Cada año, estas fechas le hacen revivir el atentado y lo recuerda con mucha tristeza. «Con frecuencia me viene el recuerdo de los rostros de aquellos terroristas», asegura. Una ola expansiva ardiente le lanzó hasta la avenida de Cataluña de Zaragoza. «Sentí mucho calor». Desde entonces, arrastra numerosas secuelas físicas y psíquicas. Estuvo convaleciente 396 días. «Tuve que aprender de nuevo, era una persona desorientada y me preguntaba con frecuencia qué había hecho para merecer esto». Tras el hallazgo de los zulos en los que la banda terrorista guardaba dos detonadores, Grasa asegura que «ETA, y lo he observado siempre y lo he sufrido, sólo quiere sembrar muerte y actúa por conveniencia». «Si tuvieran intención de dejarlo, se entregarían sin las capuchas». En cuanto a las exigencias de acercamiento por parte de los presos de ETA, Grasa destaca que «los asesinos siempre piden beneficios para ellos y sus familias, pero hay muchas víctimas que tienen que rezarles a sus seres queridos lejos. Las víctimas tenemos que soportarlo, que ellos soporten su carga. No tienen derecho a exigir nada». Y advierte: «El Gobierno no tiene que acercar a los presos, eso sería claudicar».
Lucía García dormía ese 11 de diembre en la Casa Cuartel, con su marido y sus hijos cuando la bomba estalló. La onda expansiva la lanzó contra el techo y se rompió cinco costillas. «Para mí no hay navidades desde aquel día. Cualquier noticia que pasa te hace revivirlo todo». García destaca que a la banda terrorista «no me la creí desde el principio. Ni comunicados ni nada. Ahora no matarán, hasta que las cosas no les salgan bien». Asegura que «no perdonaría en la vida a esos asesinos» y en cuanto al acercamiento de los presos lo tiene claro: «Que se pudran en la cárcel; que nunca salgan de allí».
La delegada de la AVT en Aragón, Ana López, presidió ayer la ofrenda floral en recuerdo de las víctimas de la Casa Cuartel y destacó la preocupación por la presencia de Amaiur en las instituciones.
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