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OPINIÓN: Y las embajadas

La Razón
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La célebre (y apócrifa) pregunta del padre de un conocido cantante que en su lecho de muerte todavía inquiría que de dónde salía el dinero de las diputaciones se versionó enseguida: ¿Para qué demonios sirven las diputaciones? La pérdida de casi todo el poder local por parte de los socialistas en las últimas municipales decidió a Rubalcaba a propugnar el desmantelamiento de tan onerosas e inútiles instituciones, cementerios de elefantes o más bien retiro dorado para paquidermos políticos amortizados. Los supuestos liberales del PP, llena durante años la boca con la exigencia de «menos Estado», cambiaron sus promesas de austeridad por un apoltronado «aquí me las den todas» en cuanto se hicieron fuertes en los sillones heredados a la vuelta de los comicios de mayo mientras Rajoy, nostálgico, recordaba sus tiempos de prócer provincial veinteañero en la Pontevedra de la Transición. En éstas, salió el domingo Iñaki Oyarzábal para reclamar la supresión de las «embajadas» vascas en el extranjero. Loable propósito en el que siempre se empeñan quienes, por figurar en la oposición, no se benefician de la hipertrofia de la Administración.
Ningún candidato se ha pronunciado durante la campaña, ampliamente doblado su ecuador, sobre las veintinueve oficinas de intereses que la Junta de Andalucía mantiene en otras tantas ciudades de los cuatro confines del globo, de Nueva York a Shanghai y de Moscú a Luanda. Griñán, porque su persistencia se convierte en una nueva muestra de su furia despilfarradora y, por ende, en otro insulto a los ciudadanos. Pero, ¿y Arenas? ¿Cuál es el motivo de que no haya anunciado para el día mismo de su toma de posesión la supresión de lo que, además de un gasto superfluo, supone una colisión con la acción diplomática española? Gobernada desde tiempo inmemorial por el PP, Valencia es tras Cataluña la segunda autonomía con más embajadillas por el mundo. En política, es muy cierto que quien calla otorga. A lo peor, como en el caso de las diputaciones, es un silencio zorruno con la esperanza de heredar una estructura en la que colocar a los afectos. Lo malo de estos políticos es que nos han enseñado que jamás una sospecha está deslegitimada. Qué buen pisito en el Quartier Latin le va a caer en suerte a alguno de Nuevas Generaciones.